En la actualidad nos encontramos con un panorama distinto a lo que pasaba unas décadas atrás en relación a lo que se podría denominar la cultura del sacrificio. ¿Qué era la cultura del sacrificio? ¿En qué se diferencia con lo que hoy se llama “meritocracia»? ¿Por qué se ha ido modificando con el tiempo? Estas son algunas de las preguntas que intentaré responder a lo largo de esta nota, tratando de analizar algunos indicadores relacionados al contexto socio-histórico.
La cultura del sacrificio proviene de la religión, donde el ser humano se sacrificaba por amor a Dios y tendría la recompensa con el ingreso al paraíso después de la muerte. Este concepto de “sacrificarse” por una causa, se trasladó a la sociedad industrial que usufructuó de la potencia que tenía esta idea para producir más, donde el empleado trabajaba y producía más “sacrificando” horas de ocio y de estar en familia para poder generar mayores ingresos. De este modo un sujeto se esforzaba, se sacrificaba, porque sólo se podía alcanzar los objetivos de esa única manera.
Luego, con el paso del tiempo, podemos observar que la idea del “sacrificio” se fue modificando, y podríamos hacer una reflexión sobre el esfuerzo desde otra perspectiva. La elección de una profesión, ocupación, relacionado con el deseo de un sujeto implicaba no sólo la dedicación sino también resignar otras cosas para lograr ese objetivo. Entonces la elección de querer algo, significaba necesariamente tener que dejar otras, y dedicarse con empeño y energía a lograr aquello que un sujeto deseaba. Tenemos el ejemplo claro reciente de Paloma Herrera, donde ella contó en la charla que tuvo en el Espacio Cultural de Fundación Cultural Patagonia sobre lo que significó para ella dedicarse a bailar y lo que tuvo que “sacrificar” por su sueño de bailar y llegar a dónde llegó. Un camino difícil, de mucho trabajo, de exigencias, de tener que dejar de hacer algunas cosas para poder dedicarse de lleno a su profesión.
Hoy en día podemos preguntarnos si sucede lo mismo. Parecería que la elección cuesta más, hay tanto por elegir, y no se quiere perder nada. El sujeto al no querer resignar nada, no tener una buena tolerancia a la frustración, y querer “todo” en la inmediatez, se encuentra en un consumo permanente de deseos efímeros sin comprometerse con lo que implica una elección. Está el término “meritocracia” como aquel que reemplaza al de sacrificio, donde un sujeto llega a un lugar por méritos propios como si ello fuera algo mal visto, produciendo una hiancia sobre el trabajo para lograr los objetivos que puede tener un sujeto. El discurso amo imperante del capitalismo se contrapone con un discurso más social pero que termina también siendo segregativo, y con efectos subjetivos como es el desgano, la falta de deseo, la depresión, la falta de voluntad, etc. ¿Cómo salir de este bucle en espiral donde el sujeto queda entrampado entre el imperativo de gozar a toda costa y el deseo de un sujeto atravesado por los tiempos posmodernos y la falta de “sacrificar” para elegir?
En la actualidad los sujetos se encuentran inmersos en un mundo globalizado, tecnologizado, de consumo, de tiempos líquidos como diría Bauman, y aparece de este modo el goce de lo descartable, desechable, lo que sirve hoy, mañana ya no sirve, ya es viejo. Los trabajos no se mantienen, los sujetos van cambiando de trabajo permanentemente, las nuevas tecnologías proponen nuevas modalidades de trabajo que producen un efecto de despersonalización, por lo cual parecería que no hay un arraigo a la empresa donde se trabaja. ¿Puede que todos estos cambios culturales sobre el trabajo produzcan también efectos sobre la identidad de un sujeto? ¿Qué pasa con las identificaciones y la construcción de un proyecto de vida?
La pregunta que me parece más importante hacernos es ¿cómo hacemos para frenar la vorágine de la no elección y el goce posmoderno para dar lugar al deseo de un sujeto donde se involucre y resigne lo que haya que resignar para lograrlo? Me da la sensación que el único discurso que va en esa dirección es el del analista. Por lo cual podemos decir que el psicoanálisis propone poner en primer lugar el deseo de un sujeto, hoy los analistas nos encontramos con la angustia primando el escenario de los sujetos, cuadros depresivos, síntomas contemporáneos, un sujeto aplastado por la frustración, y el trabajo en análisis lleva un tiempo y un proceso para que un sujeto pueda poner en palabras su deseo e ir en dirección a ello. Se podría pensar que nunca fue fácil para un sujeto decir lo que desea por fuera de los mandatos, culturales y familiares, pero en la actualidad, ésto aparece más marcado y se ha profundizado esa dificultad para lograr que un sujeto se involucre sobre su deseo, pero no deja de ser un camino posible para despejar el tablero lleno de miedos, inseguridades, y alejarse un poco de la inmediatez del goce.
Hay en el psicoanálisis una apuesta por el deseo de un sujeto, y la dirección de la cura siempre va en línea con ello. Para eso también hay que “sacrificar” la idea de efectos terapéuticos rápidos, dándole tiempo a un proceso que no es corto, que conlleva un trabajo por parte del sujeto acompañado por el analista. No me parece extraño que en este contexto las terapéuticas breves, el coaching, las constelaciones familiares, entre otras modalidades nuevas de “ayuda” a los sujetos esten de moda, ya que proponen un camino corto, un camino sin tanto “sacrificio”, sin frustraciones y con respuestas mágicas para el padecimiento de un sujeto, pero que pierden de vista el deseo de un sujeto, ya que para llegar al mismo, no hay un camino corto, sin angustias, y es un trabajo que implica que un sujeto se “involucre” y de esta manera elija saber algo de su propio deseo. La posibilidad de ir un poco a contrapelo de lo inmediato del goce, es una apuesta al Deseo y el deseo implica una elección subjetiva distanciandose de este modo de lo fugaz del goce sin límites.
Escrito por:
AYELEN PUPPO
— Colaboradora Revista CUAD
Ilustración:
FRANCO LOPEZ
— Colaborador Revista CUAD