El cuello, y también las manos, no dejan mentir. A determinada edad, ahí están, arrugados, flácidos, una muestra patente del inevitable paso del tiempo. Nora Ephron lo sabía, lo sufría. Fiel a su estilo de contar la historia, para controlar la versión – “porque si cuento la historia, puedo hacerte reír, y prefiero que te rías de mí a que sientas lástima por mí. Porque si cuento la historia, no duele tanto”- la periodista, ensayista, novelista, dramaturga, la guionista de “Cuando Harry conoció a Sally”, avisó, y escribió, sin medias tintas: “No me gusta mi cuello”.
Envejecer, lo dijo también, es cosa de valientes. “No puedes recuperar tus recuerdos, salvo que estés en Wikipedia; en cuyo caso, lo que recobras es una versión inexacta de tu vida”. Norah Ephron tenía humor. Mucho humor. Era -siempre fue-, su manera de contar las adversidades. Hija de un matrimonio de guionistas, los Ephron criaron a sus cuatro hijas -todas se convirtieron en escritoras- en un hogar en el que cuando alguien decía algo gracioso, se anotaba. El resultado fue que cualquier anécdota familiar terminaba en la pantalla. Lo bueno y lo malo también, como por ejemplo cuando Nora descubrió que su marido, el famoso periodista del caso Watergate, Carl Bernstein, la engañaba con la mujer del embajador británico. Ella, por eso de “controlar la versión”, escribió “Se acabó el pastel”. El libro fue un éxito y se convirtió en una película con Meryl Streep y Jack Nicholson. Pantalla grande: había aprendido bien de sus papás.

“No puedes recuperar tus recuerdos, salvo que estés en Wikipedia; en cuyo caso, lo que recobras es una versión inexacta de tu vida”.
La mujer que modernizó la comedia romántica, basándose en su propia vida o tomando clásicos para adaptarlos al mundo más actual (como “Tiene un e-mail”, que actualizaba el “Bazar de las sorpresas”, de 1940, o “Sintonía de amor”, que homenajea al clásico “Algo para recordar”), no endulzó su vida. Prefirió el desparpajo, el humor. En un momento en el que parecía que los problemas en torno al cuerpo debían ocultarse, Ephron escribió sobre las operaciones estéticas a las que se había sometido y sobre su pánico a envejecer. No esquivó ninguna de todas las pequeñas miserias cotidianas a las que se enfrenta una mujer que ha llegado a la edad madura: la necesidad de ponerse una polera para que no se vean las arrugas de esa parte del cuerpo que prácticamente ninguna cirugía puede disimular; la dictadura del cuidado personal que incluye teñirse las canas, hacerse la pedicura, la manicura, el skincare, la depilación, el ejercicio físico. Lo decía, por ejemplo, así: “Cualquier cosa que no te guste de tu cuerpo a los treinta y cinco años te producirá nostalgia a los cuarenta y cinco”.
Tras su muerte en 2012, de una leucemia que escondió incluso a sus mejores amigos, Libros del Asteroide publicó en castellano dos joyas de Ephron que reúnen todas esas desopilantes columnas: “No me acuerdo de nada” y “No me gusta mi cuello”, y después, un libro que reúne ambos materiales. “Ni me gusta mi cuello ni me acuerdo de nada”.

Sabía que hablaba de problemas menores, que lo suyo no eran los temas más graves y acuciantes del mundo. A la hora de presentar su libro en la editorial, los jefes dijeron que el título no era lo suficientemente alegre como para vender. Ellos se equivocaron, ella ganó: la gente se sintió identificada, o coincidía plenamente con eso de que el cuello, a determinada edad, no se ve bien. Para qué engañarse.
“Todo esto me pone triste, y nostálgica, pero sobre todo me hace sentir vieja. Tengo muchos síntomas de vejez, aparte de los físicos. De vez en cuando me repito. Empleo la expresión: “Cuando era joven”. Muchas veces no me entero del chiste, aunque hago como sí. Si voy a ver una película o una obra de teatro por segunda vez es como si no la hubiera visto nunca. No tengo la menor idea de quiénes son las personas que salen en la revista People. Antes creía que mi problema era que tenía el disco lleno; ahora me veo obligada a reconocer que en realidad me pasa lo contrario: se está vaciando”, escribió, lúcida y con un tono apenas arriba de la melancolía.
“Antes creía que mi problema era que tenía el disco lleno; ahora me veo obligada a reconocer que en realidad me pasa lo contrario: se está vaciando”
Muy pocas personas sabían que, mientras escribía esas líneas Nora transitaba una leucemia y que, al poco tiempo, moriría. La mujer que ponía todo en pantalla, y que estaba convencida de que no existían los secretos, se guardó eso.
En cambio, compartió recetas de cocina, sus hazañas por la Casa Blanca (escribió que probablemente había sido la única pasante con la que Kennedy nunca había tenido relaciones), y unas preciosas listas de “Cosas que me hubiera gustado haber sabido”, o “Cosas que voy a extrañar”
Mis hijos
Nick
La primavera
El otoño
Waffles
El concepto de los waffles
La panceta
Un paseo por el parque
La idea de pasear por el parque
Shakespeare en el parque
La cama
Leer en la cama
Los fuegos artificiales
Las carcajadas
La vista por la ventana
Las luces de navidad
La manteca
Cenas en casa, sólo nosotros dos
Cenas con amigos
Cenas con amigos en las ciudades en donde ninguno de nosotros vive
París
El próximo año en Estambul
Orgullo y prejuicio
El árbol de navidad
La cena de Acción de Gracias
Darme un baño
Cruzar el puente de Manhattan
Los pasteles
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD