Matías Laborde sabe que tiene sobre sus espaldas el festival más emblemático de Fundación Cultural Patagonia (FCP): el Festival Internacional de Percusión, que por primera vez desde que fue creado por Ángel Frette hace 22 años, quedó a su cargo. Quizás por eso, cuando habla del encuentro, que este año celebró su 23° edición, no lo hace como flamante director artístico. Lo hace como quien ha sido atravesado por una experiencia vital, como quien alguna vez fue un joven desorientado que encontró, aquí y con esta experiencia, un punto de inflexión. “Me voló la cabeza”, dice, recordando su primer viaje desde Mendoza a lo que entonces era el INSA. No sabía que ese viaje sería el inicio de un recorrido que lo llevaría a Suiza, a la Universidad Nacional del Sur, y finalmente, de regreso al sur argentino, para capitanear esos siete días en los que este lugar perdido de la patagonia se convierte en la casa de los mejores percusionistas del mundo. .
Oriundo de Bahía Blanca, Laborde comenzó su formación en el conservatorio de esa ciudad bonaerense. Pero fue en Buenos Aires, gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes, donde su universo musical se expandió. Allí estudió con Ángel Frette y con Arturo Vergara, dos nombres clave en la historia de la percusión argentina. Allí, dio el primer paso: Frette lo empujó a asistir al Festival por primera vez. “Si te gusta la percusión en serio, tenés que ir”, le dijo. Y Matías Laborde fue.

Ese primer contacto con el festival fue revelador. “Era un universo totalmente diferente a lo que había en Argentina”, recuerda. La calidad de los instrumentos, el nivel de los músicos, la atmósfera de entrega total. Poco después, se mudó a General Roca para estudiar en lo que entonces se llamaba INSA. No terminó sus estudios allí en ese momento, pero sí consolidó una formación que lo llevaría a completar dos maestrías en Suiza. A su regreso, en 2016, ganó un cargo en la Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca y comenzó a trabajar como asistente de Frette en el festival. Los pasos ya estaban dados.
Durante años, Laborde fue absorbiendo la lógica de programación, la dinámica interna, los desafíos logísticos. “Aprendí mucho de ver cómo pensaba Ángel”, dice. Y cuando Frette decidió dar un paso al costado -la edición de 2024 fue su último festival en ese cargo- fue él quien lo eligió para continuar el legado. “A Ángel le debo casi todo de mi carrera porque no solamente es una persona que no solamente me enseñó a tocar, creo que a mí a mi generación, sino que él siempre nos puso en la realidad. Nos decía: es muy difícil vivir de la música, no imposible, pero que hay que tener una estrategia. Ese pensamiento estratégico de qué hacer con el tiempo, cómo estudiar, de no ir solamente con la marea para mí fue fundamental en las decisiones que tomé después en mi vida artística. Y cuando él creó el festival, a todos los que pasamos por ahí, todos los alumnos que hoy seguimos estando en el festival nos marcó mucho. Yo tuve una carrera internacional; Joaquín Pérez estuvo en el Teatro Colón 10 años, Gabriel Muñoz también se fue afuera, los chicos de la Ensamble de Percusión viajan todo el tiempo por todos lados. Para mí, que me haya elegido, es un honor: yo no vivo en la ciudad de General Roca entonces delegar la organización de un festival en alguien que ni siquiera está en la ciudad es un compromiso muy importante”.
Ahora, el Festival Internacional de Percusión de FCP, bajo su mirada, mantiene la esencia que lo hizo grande: la diversidad. “Siempre hay jazz, algo orquestal, tambores africanos, música hipercontemporánea. Eso lo hace difícil, pero también muy satisfactorio.” La curaduría exige equilibrio: marimba, jazz, orquesta, música popular. “Hay cupos”, explica, “y eso te obliga a entablar vínculos con artistas que admirás desde siempre.”

Pero lo que realmente distingue al festival, según Laborde, es su dimensión humana. “La gente se sorprende del nivel técnico, de la infraestructura, pero sobre todo de la calidez. Acá los artistas no vienen solo a tocar y se van. Comen juntos, conviven, se generan vínculos que no se dan en otros festivales.” La organización meticulosa —desde los ensayos hasta el traslado desde el aeropuerto— es parte de esa experiencia. “Por mi personalidad trato de anticipar mucho y me gusta que cuando la persona llegue ya tenga todo resuelto. Cuando llegan ya saben quién es el técnico de sonido, los técnicos ya saben qué es lo que tienen que trabajar, si van a necesitar luces, si no van a necesitar luces. Esa anticipación y esa organización es algo que no es tan común en todos lados. Y además, se sorprenden mucho de que vengan tantos estudiantes por un lado, que los estudiantes tienen un nivel internacional. Y algo en lo que nosotros ponemos mucho hincapié es en que existe la infraestructura porque Fundación tiene el hotel, entonces se crea una comunidad. En otros festivales los artistas van, tocan su concierto y se van, y acá están abocados al festival entonces siempre los almuerzos y las cenas son juntos y eso es sumamente importante porque se dan vínculos que de otra manera no se dan, y aparecen conexiones muy lindas, surgen un montón de anécdotas fabulosas. Funciona la parte técnica, funciona la parte humana, funciona la parte logística. Y hay un contacto humano muy muy directo que eso le da una calidez muy grande a este festival”.
Pero el rol de Laborde no se limita a la curaduría artística. “Hay una gestión que también es política”, admite. Desde negociar con autoridades hasta entretener a artistas internacionales. “El mes que viene me toca sentarme a mandar mails diciendo: ‘Hola, ¿qué tal? No sé si me conocés, pero te quiero invitar a un festival en el sur de la Patagonia, en un lugar que posiblemente nunca hayas escuchado’.” Esa mezcla de humildad y convicción es parte de lo que define el cargo que recibió: asumir la dirección del Festival Internacional de Percusión de FCP después de 22 años de liderazgo de Ángel Frette no fue menor. “La vara estaba altísima”, reconoce. “Cuando uno ve las personalidades que han pasado por el festival… son nombres de una investidura muy grande en el mundo de la percusión.” Y sin embargo, la transición fue natural. Frette lo acompañó en la programación artística, y su red de contactos fue clave para resolver imprevistos, como la baja de último momento de un marimbista, reemplazado gracias a sus gestiones.
Laborde destaca el trabajo en equipo como uno de los pilares del festival. “Yo puedo delegar en los equipos de prensa, de coordinación, en los choferes, en el hotel, en la técnica… y sé que todo va a funcionar bien.” Esa confianza le permitió enfocarse en mantener la calidad sin alterar la esencia. “Es difícil querer cambiar algo que funciona tan bien. El festival ya es como yo querría que funcione.”

Aun así, se permitió algunos gestos personales. Invitó a Kiki Cantero, referente de la percusión popular argentina, y logró concretar la participación de Giovanni Perin, tras años de intentos. “Este año fue de diagnóstico. Ya tenemos ideas para el próximo.” Entre ellas, enfrentar un desafío global: la dificultad de los estudiantes para sostener el estudio en un contexto de hiperconectividad y crisis económica. “Antes tenías que ir a un ciber para usar internet. Hoy los chicos tienen acceso a todo, pero eso también los dispersa. Y moverse en Argentina es muy caro.” Laborde ya piensa en estrategias para revertir esa merma en el alumnado: alianzas, becas, formatos más participativos, y una mayor presencia de medios electrónicos, un área que domina y que quiere potenciar en futuras ediciones.
Laborde sabe que su rol es el de un engranaje en una maquinaria más grande. “El festival no desaparece cuando Ángel se jubila. Eso habla de su generosidad, de su visión estratégica. Y me pone a mí en la responsabilidad de pensar también en la continuidad.” Sabe que el Festival Internacional de Percusión de FCP es más que una programación: es una red de afectos, una apuesta pedagógica, una forma de habitar el arte en comunidad.
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD