En épocas en las que se cuestionan bastante las cargas horarias y es común hablar de ansiedad, angustia y estrés, detenernos a analizar la hiperactividad y el descanso, resulta parte de este paquete que aparece con más peso a fin de año. Inmediatamente lo conecté con un libro que casualmente leí en el mes de noviembre, “El arte del ocio”, de Hermann Hesse. Joyita perfecta del premio Nobel, que nos puede llevar a reflexionar sobre lo que transitamos día a día a veces sin notarlo.
Al finalizar cada año, se analizan estos términos de actividades, trabajo, vacaciones, sumados al balance, la introspección, la lista de logros personales y lo que ya no queremos en nuestras vidas. También agrega lo suyo el mundo de las redes, con todo tipo de frases, artículos y cuestiones; son parte del combo próximo a las fiestas. Y ahí metemos todas las sensaciones, aun las contradictorias. Fin de año nos explota emocionalmente.
Imposible que no se dispare la balanza del rendimiento, sea trabajo, pareja o dinero. La sobrecarga para rendir, el tránsito de la rutina.
Pero verdaderamente hay algo más importante en lo que ahondar y, si hay ganas, de analizar. De todo lo que enumeramos en esta época del año, hay algo que lo sostiene por debajo como un manto muy universal (literalmente). Profundicemos un poco: ¿Y si nos planteamos qué es lo más valioso que tenemos? ¿Qué es tan tremendamente irreemplazable, irrepetible e imprescindible?
El tiempo.
El propio, que es en realidad el único que existe para cada quien.
¿Cómo sucede nuestro tiempo?
Creo que va más allá de una agenda repleta o bien organizada. Poca gente analiza su propio tiempo.

Muchas veces escuché decir: “Cuando me jubile voy a hacer x cosa” o, lamentablemente, me tocó escuchar a alguien con una enfermedad terminal alentándose a vivir lo que jamás había hecho o postergado (como si ahora, si encontrara el valor de su tiempo que parecía acabarse).
Honestamente, cómo nos jodemos nuestro propio tiempo a veces. Viviéndolo sin sentir, mecánicamente, como si fuéramos inmortales o ignorando que es nuestro y es lo más importante que tenemos para recordar y, por supuesto, para vivir.
Hoy, el exceso de actividad es algo regular: 3 horas semanales de pilates, 6 horas semanales de inglés, trabajar todo lo que sea posible, ser madre, ser padre, ir a reuniones sociales, irnos de vacaciones cuando tocan, etc, etc.. Se nos va la vida.
Pero para todo lo enumerado anteriormente, existe el descanso.
Y el descanso también se programa. Pero en esto me quiero detener un poco más, porque es importante y bastante común que el descanso a veces no sea descanso.
Ir de vacaciones a lugares abarrotados de turismo, cola para el súper, buscar lugar para estacionar, esperar para conseguir una mesa libre en algún bar o restaurante, imágenes que agotan, pero que parece muy común que sean parte del descanso. Estamos acostumbrados a que así sea.
“Necesito vacaciones de mis vacaciones”. Lo escuché algunas veces.
O gente que en vacaciones no puede dejar de hablar de problemas y de trabajo. Ahí, lejos de una oficina, tirada panza arriba en la playa, no logran despegar de las obligaciones laborales.
Son insanos estos tipos de descanso que no lo son, a pesar de haber tomado las vacaciones en fecha y plazo como corresponde. Y luego volver a trabajar, en automático. Después nos preguntamos de dónde nos viene la ansiedad o tanto estrés.
De no descansar, de no respetar nuestros tiempos únicos e individuales.

No hay que esperar solamente las vacaciones para descansar. Cada vez que se necesita, hay que darle placer a nuestra mente. El placer nos descansa. Y es porque nos permite dejarnos ser, y ahí entramos en un nivel alfa y nos baja el cortisol y hasta dormimos sin saber que soñamos.
Yo amo mi ocio. Descubrí hace unos años lo saludable y placentero que puede ser en mis días y cuando yo lo deseo. Al fin y al cabo, nuestro tiempo es absolutamente nuestro cuando lo decidimos; caso contrario, estaría bueno reacomodarlo.
Quiero citar una frase que subrayé con lápiz negro en el libro de Hermann Hess, que creo que puede ayudar a mi defensa en la valoración del tiempo: “Nunca he sentido la menor preferencia por el llamado ‘buen tiempo', porque todos los tiempos son bonitos cuando se tienen bien abiertos los ojos y la mente…”
Coincido con él y agrego que, bueno o malo, como queramos calificar al tiempo, lo único importante es vivirlo, a nuestro ritmo, a nuestro modo, todo lo que podamos; porque es nuestro y finito.
Escrito por:
MARIPI SP
Colaboradora Revista CUAD
Nació y creció hasta sus 17 años en Gral. Roca. Volvió hace unos años para hacer un viaje a su propia verdad. Desarrolla un vínculo profundo y sostenido con el arte en todas sus expresiones, con una práctica constante en la escritura, la lectura y el dibujo desde la infancia.
Tiene un trabajo más formal que la sostiene económicamente: es abogada, pero como le gusta mucho estudiar, da talleres de arteterapia y psicodrama.
Le gusta mucho escuchar música y disfrutar de la vida. Condujo un programa de radio que se llamaba La Hora Bizarra y, con una amiga, dio durante 8 años un taller gratuito de escritura y lectura, “Mejor te invento”.
Es Ricotera desde 1983, tira el tarot desde sus 19 años y le da una importancia sublime a la amistad.



