La mirada del Otro en la constitución subjetiva no es novedad, desde hace tiempo Freud y Lacan enfatizaron sobre la importancia que tiene el Deseo del Otro, primeramente el materno, y lo que Lacan planteó como la pregunta: che vuoi? que se traduce en un ¿qué quiere el Otro de mi?
En la constitución de la identidad, ese Otro primordial es fundamental. Cuando hablamos de Identidad, irremediablemente estamos frente a las identificaciones que sostienen a un sujeto y que lo hacen decir “yo soy”. Estamos también frente al campo imaginario, a esa imagen que le devuelve el espejo y le da cierta consistencia, podríamos decir, a ese “je” (yo).
Ahora bien, en los tiempos actuales, donde hay cierta “evaporación” del Nombre del Padre, que de alguna manera servía para modular, para anudar, para dar cierta estabilidad al sujeto, donde aparece la pregnancia de lo individual con el discurso capitalista posmoderno, ¿qué significa la mirada del Otro? ¿Es la mirada del gran Otro o es la mirada del semejante, en el plano imaginario? ¿qué sucede con las identificaciones? ¿Cuáles son los significantes amos que comienzan a circular?
Frente al discurso Amo imperante, del imperativo “goza”, del individualismo de la época, ¿cuál es el sentido de la pregnancia de la mirada del Otro? Parecería que el objeto mirada está a flor de piel, y que el discurso capitalista ha sabido usufructuar ésto incentivando, desde un plano fantasmático, la creación de diversas aplicaciones que muestran, quiénes vieron la historia de instagram, cuántos me gusta tiene una publicación, plataformas de citas que impera la imagen y el hacer “match”. Las imágenes pasando una tras otra, en las distintas plataformas, las personas “vendiendo” lo que están haciendo, o su propia imagen como mercancía. La mirada del Otro parecería que recae ya no como mandatos del deber ser moral, sino más bien ahora como una suerte de mandato de gozar y de identificaciones que tienden de algún modo a la segregación. Quien no tiene mil seguidores, quien no tiene muchas reacciones en sus redes, quienes no tienen “vistos” en sus páginas, quedan de algún modo fuera de lo que hoy en día parecería ser un norte en la vida de las personas. Ser el que tiene la mejor imagen y más me gusta, más vistas y reproducciones, es el que está dentro del sistema.

Quisiera retomar algo en relación a lo que antes señalé como “evaporación del Nombre del Padre” y su incidencia en las identificaciones y lo que de algún modo relaciono con lo segregativo de ciertos discursos epocales. Hoy en día, ya no podemos hablar de que impera el Nombre del Padre como significante ordenador de las identificaciones del sujeto, sino más bien vemos que hay diversos significantes amos que sostienen la identidad y anudan a los sujetos, otorgándoles identificaciones donde impera el individualismo y donde Lacan dirá “el Otro no existe”. La forma de hacer lazo social está signado por esta modalidad de goce, que si bien parecería que es con Otro, en realidad es un goce solitario, autista. La pregnancia del eje imaginario, del semejante, tiene sus repercusiones en la vida cotidiana de los seres parlantes, ya que parecería que no hay reglas, no hay nada que regule. ¿Qué puede funcionar como legalidad, como regulación? Me inclinaría a decir que hoy en día no hay un operador universal para ello, sino que es en cada uno, con sus arreglos, logra algo que regule ese goce descontrolado. Hay sujetos que pueden lograr algo de eso sin pasar por un análisis, pero el psicoanálisis también tiene algo para aportar sobre todo porque es un discurso que va a contrapelo de la segregación, que es lo que hoy en día el discurso capitalista impulsa. Ya no se trata de un “deber moral” de limitarse, sino de un “deber comprar/hacer” con la promesa de la felicidad, con el deseo evanescente que siempre se renueva, y hoy es esto y mañana es lo otro.
Los discursos segregativos fomentan identificaciones que fortalecen imaginariamente el yo del sujeto a costa de segregar a quien piensa distinto. La intolerancia al otro que no tiene el mismo discurso, es tan fuerte, que en muchos casos lleva a la agresión, a la expulsión, al rechazo. Si bien el panorama parecería que no es muy alentador, considero que hay lazos sociales que no van por la vía de la segregación sino más bien de lo “comunitario” de una ayuda mutua, de tener en cuenta la necesidad del otro y la popular llamada “empatía”, término que no es del campo del psicoanálisis, pero que puede aportar al análisis del contexto. Hay discursos que parecen muy “empáticos e inclusivos” pero que por su rigidez se convierten en segregativos, hay un empuje a que la mínima diferencia se la expulse y que el semejante se vuelva peligroso. Parecería que en esos discursos no hay posibilidades de asumir la falta, funcionan como un Todo, unificado desde el eje imaginario, sin permitir la hiancia existente en los parletres.
No se trata de volver a un autoritarismo, de la ley como algo limitante, pero si en una función de regulación, que al no estar de antemano, cada sujeto buscará su forma de encontrar ese freno, esa pausa. En tiempos posmodernos, líquidos, rápidos, efímeros, la necesidad de siempre estar buscando la mejor foto, la mejor imagen, el producto más de moda y último, genera un remolino de goce, sin fronteras. ¿Para quién se busca eso? ¿Por qué no podemos frenar? La búsqueda del reconocimiento siempre existió, pero cabe la pregunta ¿se sigue buscando el reconocimiento? ¿de quién?.

Llama la atención como ésto puede verse en diferentes ámbitos, por ejemplo el cine. Las películas que son “lentas” que tienen silencios, que van a un tiempo más tranquilo de lo habitual, son películas que resultan “densas”, ya no se soporta ese ritmo, siempre tiene que pasar algo y pasar a lo siguiente, sin pausa, sin un tiempo donde nada pasa y en ese no pasar nada pasan muchas cosas, pero que no podemos registrar porque estamos esperando la siguiente escena. Lo mismo sucede en la vida cotidiana, donde los momentos de pausa son incómodos y se esquivan. Siempre hay que estar haciendo algo, con proyectos personales, gimnasio, vida social, salidas.. Lo más paradójico de todo ésto es que las personas están cada vez más deprimidas, más solas. Resulta que cuando se hace una pausa por un duelo, por alguna contingencia, enseguida el sujeto se deprime, ya nada tiene sentido, nada le interesa, etc. Es la otra cara de la moneda de esta vorágine, de estos tiempos que nada alcanza y nunca va a alcanzar.
No existe la promesa de la felicidad eterna, ni aún con las constelaciones familiares, las respiraciones y meditaciones, el yoga y los mantras, las pastillas para la depresión. La felicidad como un significante imperante es inexistente, tan sólo es de a momentos, pequeños. Lacan hablaba de un otro Goce, un goce que no es complementario al goce fálico que conlleva a este empuje de buscar el todo, sino un goce femenino, no todo. Lo describe como un instante, como un relámpago, y sin embargo ilimitado. Tal vez sea momento de apaciguar un poco el goce fálico, del todo, e ir más por un goce no-todo, encontrando momentos de detención, de frenar un poco con el eje imaginario, y poder hacer lazo social desde otra posición.
Escrito por: Ayelén Puppo | Ilustrado por: Anahí Tiscornia