Ruth tiene 82 años, es una mujer judía, viuda, era médica (como le gusta decir a ella, en pasado), es jubilada. Le gustan la ópera y el arte, el arte contemporáneo. Pero sobre todo, dentro del arte contemporáneo, le gustan los artistas judíos. Es curiosa, respira un humor ácido que la lleva a expulsar frases a veces agrias, y a elucubrar pensamientos la mayoría de las veces mordaces. Ruth es un personaje de ficción, es el personaje central de la novela que lleva justamente su nombre, y que publicó la escritora argentina Adriana Riva en Seix Barral. La novela es fascinante, divertida, luminosa, una reflexión inteligente y tragicómica sobre la vejez, el paso del tiempo, y los recovecos del deseo desasido de las obligaciones.

La vejez, como tema no necesariamente o no sólo acoplado a achaques, enfermedades, pérdida de memoria, es un tema poco transitado. Quizás haya que recordar “Y llovieron pájaros”, de la canadiense Jocelyne Saucier como un ejemplo igualmente luminoso, en el que no hay una mirada condescendiente ni lastimera, sino la atención puesta en un grupo de personas mayores llenas de deseos y propósitos. Y quizás también aunque en un tono más cáustico, el excepcional retrato que hace Elizabeth Strout en “Olive Kitteridge”, esa ex profesora de matemática malhumorada, que puede resultar tan encantadora como lacerante. La vida, parece decir Strout a través de los relatos de Olive Kitteridge, está llena de momentos de desencanto, coraje, desconcierto y grandeza. Algo semejante ocurre aquí.
“Ser vieja no necesariamente es sinónimo de abuela, ni de enfermedad, ni de limitaciones. Así como las otras etapas de la vida tienen altos y bajos, también la vejez tiene pros y contras. No es un cuento de hadas, pero tampoco uno de terror. El personaje padece los achaques propios de una persona en el umbral de los 80 años, porque el cuerpo que habitamos tiene un ciclo biológico. Está un poco sorda, un poco ciega, un poco fuera de estado físico. Eso es inevitable, el deterioro físico es una realidad. Pero la cabeza y sobre todo el deseo siguen intactos. El desafío, en su caso, es cómo sobrellevar ese desfasaje entre cuerpo y mente. Y también en cómo sortear la mirada de la sociedad, que invisibiliza a los viejos o los destrata”, dijo la escritora en octubre, cuando el libro ya iba por su tercera edición.
Así, con prosa lúcida y entretenida, llena de humor, Adriana Riva le da voz a una dama en el umbral de los ochenta que se ha cansado de obedecer y que dice, por primera vez, lo que piensa. “Ruth es una mujer que ya cumplió con todos los ‘hay que’ de la vida (hay que estudiar, hay que casarse, hay que trabajar, hay que tener hijos, hay que ser exitoso, etc), entonces ahora hace lo que ella quiere. No le debe más nada a nadie. Si quiere pasarse el día en la cocina, en camisón, estudiando movimientos artísticos, va y lo hace. Se despojó de todas las máscaras”, cuenta Riva en otra entrevista. Y en ese despojo de máscaras, Ruth puede pensar sin adornos sobre la maternidad, el matrimonio, sus hijos, sus nietas, sus amigas, la necesidad aparentemente imperiosa de llenarse de actividades según los mandatos de los más jóvenes, sobre los recuerdos y sobre los olvidos. En cualquiera de esos casos, Ruth piensa con un bisturí afilado, pero siempre con cierta picardía. Con esa impunidad sin red, Ruth espacio para decir, para callar, para no tener miedo, para salir o preferir el encierro (en su cocina, en camisón), para creer o dejar de hacerlo, para no tener ganas, para elogiar o lanzar una crítica feroz. Muchos de esos pensamientos se los dice a su psiquiatra, el doctor Schussheim, que la escucha “con la impasibilidad de una monja”, como opina Ruth. Quizás por todo eso, aún cuando se ocupa de temas que caminan en el desfiladero entre la vida y la muerte, hay gracia en sus comentarios, en sus salidas.
“Me gustaría encontrar un hombre para salir y charlar, pero están todos enterrados”.
Ruth
Adriana Riva nació en Buenos Aires en el año 1980. No es la primera vez que escribe sobre su madre (que no es Ruth, pero tiene mucho de ella según ha contado en varias entrevistas a raíz de la publicación de este libro). Ya habló de ella, o de la maternidad, en “La sal”, una novela breve, una road trip por las rutas pampeanas, en el que madre e hija viajan en busca de respuestas. También publicó el libro de cuentos “Angst”, y el libro de poemas “Ahora sabemos esto”. Es una de las fundadoras de la editorial de libros para chicos Diente de león, y es una de las editoras de la revista literaria El gran cuaderno.
La tapa del libro es una mujer mirando una obra de Mark Rothko (artista, judío, anotaría, Ruth). Es una foto que sacó la propia Riva de su madre, en el Museo de Luxemburgo de París. “La novela surgió, al igual que mis libros anteriores, a partir de mi madre, que es la mujer que está de espaldas en la tapa del libro, mirando una pintura de Mark Rothko, y que comparte muchas de las características de Ruth –dice la autora–. Después, el personaje cobró vida propia. Digamos que la usé como punto de partida. Ella es mi punto de partida”, explicó Riva.

“La vida es una puerta giratoria, entrás con minifalda y toca, salís con implantes y biaba”.
Ruth
“Desde que murió mi marido vivo en la cocina. Es el único lugar de este departamento donde me siento cómoda. Duermo y miro películas en mi cuarto, pero el resto del día me la paso sentada junto a la heladera,en camisón, estudiando movimientos artísticos, obras, mapas, palabras, fechas. Es mi manera de matar el tiempo, porque el tiempo se resiste a matarme. (…) Nos cuesta partir. A mí, particularmente, me cuesta tanto como seguir. Pasan los años y no me acostumbro, pero dicen que en eso reside el encanto de la vida”, escribe Riva, reflexiona Ruth y le da el tono a un libro que esparce pinceladas de humor en medio de cierta melancolía.
“Fui sola a la función de Anna Bolena, en el Colón, porque Luisa tenía el cumpleaños de una sobrina. Para ir me puse el vestido que me pongo siempre. A nadie le importa, a mí tampoco, la atención que se le presta a una vieja es, ante todo, distraída”.
Ruth
Estructurada en capítulos breves, “Ruth” no es un elogio de la vejez. No niega los achaques, cierta pérdida de memoria, o ciertas pérdidas inevitables (el marido, algunas amigas, la vecina). Pero tampoco -nunca, más bien- es una queja o la enumeración asfixiante de lo que queda detrás, de las desdichas o las resignaciones. El libro es, sobre todo, un despliegue sensible y optimista de los deseos, la voluntad, la experiencia y la vida que ocurren en esa edad que muchas veces el mundo se niega a mirar y a entender.
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD