Ojos de videotape
Algunas hipótesis sobre el éxito del cine argentino
Ojos de videotape
Algunas hipótesis sobre el éxito del cine argentino

Robert de Niro posa sus ojos sobre la cámara. Su mirada ha perdido ese destello apesadumbrado de los tiempos en que encarnó al jóven Vito Corleone o al insomne Travis Bickle y, por el contrario, se muestra afable, bien dispuesto. 

El pelo encanecido, la barba bien recortada y… un mate. Sí, un mate. Chupa de la bombilla y después de un breve lapsus en el que se le agría la cara, afirma con la cabeza y dice: fuerte. 

No es un sueño, un chiste, o un desbarajuste de alguna inteligencia artificial. Es Nada: una miniserie original de la plataforma Star+, protagonizada por Luis Brandoni, Majo Cabrera, María Rosa Fugazot y un montón de actores más que, eclipsados por la figura del intérprete norteamericano, le dan un marco rioplatense a esta historia ambientada en Buenos Aires que, con un largo setlist de comidas argentas, logra inmiscuirse en el canon de tramas occidentales que dan la vuelta al mundo a través de los servicios de streaming. 

Argentina en el mundo: nada nuevo. La industria audiovisual de nuestro país tiene un largo camino coronado de laureles. Comenzando por La tregua (1975) de Sergio Renan, ha logrado ocho nominaciones al Oscar a mejor película extranjera, alzándose en el camino con dos estatuillas – La historia oficial (1985) de Luis Puenzo y El secreto de sus ojos (2009) de J. J. Campanella – además de 26 nominaciones más por documentales, cortometrajes, guiones, efectos especiales, bandas sonoras, diseños de producción, actrices y actores. Toda una familia cinéfila que ha trazado una cosmovisión profunda, relevante, y que ha legado a nuestras tierras un reconocimiento internacional que, por alguna razón intangible, nos sigue sorprendiendo. 

Es por eso que, tal vez, deberíamos preguntarnos por qué nuestras producciones audiovisuales son tan buscadas en el mundo. Por qué más, y cada vez más, las grandes productoras del planeta buscan en estos lares aquellas historias dignas de ser vistas. En fin, qué es aquello que tenemos para contar, y por qué al mundo le gusta tanto.

***

La materia que vamos a ver juntos es Historia Argentina. Comprender la historia es prepararse para comprender el mundo. Ningún pueblo podría sobrevivir sin memoria. Y la historia es… la memoria de los pueblos. 

La que emite estas palabras es Alicia Marnet de Ibanez, una profesora de nivel medio que imparte una clase en algún colegio de la ciudad autónoma de Buenos Aires, en los comienzos del año 1983. Magistralmente encarnada por la gran Norma Aleandro, Alicia deberá escarbar en los secretos más recónditos de su pareja – un empresario inescrupuloso personificado por Hector Alterio – para comprender que su historia y la de su hija (adoptada ilegalmente) están, como ella enseña a sus alumnos, íntimamente relacionadas con la historia reciente de su país.

La historia oficial fue la primera producción argentina en llevarse un Oscar a la mejor película extranjera. La siguiente fue El secreto de sus ojos y, la última nominación: Argentina, 1985; todos largometrajes de distintos tiempos pero anclados en un época que se impuso como un dique en nuestra historia y que el cine, como una especie de  cirujano, intentó diseccionar. Las narraciones argentinas sobre las décadas del 70 y el 80, se erigieron en el mundo como un ejemplo de cómo abordar las violentas vicisitudes que encierran la memoria de un pueblo, y de cómo el séptimo arte puede funcionar como una suerte de “aleph”, en el que a través de una visión caleidoscópica y fragmentada, el público debe descifrar la visión completa de la historia: aquella que no es la oficial.

Tal vez por eso el cine argentino sea reconocido en el mundo. Porque ve en él no solo un mero instrumento al servicio del entretenimiento, sino también la posibilidad de encontrarse con aquellos relatos que por mucho tiempo fueron cajoneados. Una especie de odisea detectivesca en la que lo que más interesa, es descifrar nuestro propio enigma. Es solo una hipótesis.

***

“Fuerte”, dice Robert de Niro

Es que las representaciones estructurales o sistémicas de la violencia parecieran enarbolarse como características esenciales de nuestras narraciones. Las historias de las que hablamos anteriormente se proyectan sobre el imaginario de nuestra sociedad, y su consecuencia más directa es la fractura del tejido social. En Relatos Salvajes (2014) de Damián Szifron, se narran seis historias que bien podrían ser un inventario lúcido de nuestros más íntimos conflictos: 

Gabriel Pasternak decide estrellar un avión que lleva a todas las personas que han actuado como victimarios del tren fantasma de su historia; una moza envenena al culpable del suicidio de su padre  – ¿un desvío de la lectura del paradigmático Emma Zunz de Borges? – dos conductores se pelean hasta explotar por los aires en una carretera desierta – ¿la eterna grieta entre la civilización y la barbarie? -; un ingeniero en explosivos comete un atentado cansado de la burocracia estatal; un empresario soborna a uno de sus empleados para que se declare culpable de atropellar a una mujer embarazada, y así hacer zafar a su hijo; una novia descubre, en el medio de su casamiento, que su pareja le ha sido infiel y decide vengarse estrellando a la amante contra un espejo y teniendo relaciones con el cocinero. 

En todas las historias el salvajismo y la violencia son mostradas en primer plano. Nuestras debilidades y defectos son ventilados y puestos sobre la mesa para deleite y terror de los espectadores. 

En El marginal, creada por Sebastián Ortega y escrita por Adrián Caetano, se ventila con una narrativa intensa el funcionamiento de los bajos fondos de nuestra sociedad. Filmada en la antigua cárcel de Caseros, la producción se convirtió en un verdadero éxito al ser una de las series más vistas a nivel global de la plataforma Netflix. Abundan las intrigas de un sistema brutal y despiadado. Sin embargo, lo que más llama la atención es la identificación que se produce con los personajes más cínicos y extravagantes. Marito y Diosito – los Borges, en una especie de guiño sutil a nuestra cultura – tienen sobre sus espaldas todas las bajezas y contradicciones propias del ser argento. Son audaces, despiertos, peligrosos pero, sobre todo, conscientes perdedores de un sistema que, sin piedad, los ha depositado en lo más hondo de nuestro agujero interno. 

Tal vez por eso, la industria audiovisual argentina sea reconocida en el mundo. Porque muy lejos de izar la bandera sobre el monte Suribachi en una representación épica y heroica, hace una especie de elogio de la derrota. Es el karma de vivir al sur, pareciera decirnos, y no hay lugar para la vergüenza. 

Es solo otra hipótesis.

***

Hacé un esfuerzo, mami. No te acordás cuando dejé la facultad… Toda esa pelea – dice el hombre cuarentón a la anciana con Alzheimer, que comienza a llorar.

— No llores, mami, no llores. 

Ma no me llama nunca – balbucea la anciana con la mirada perdida.

¿Quién? ¿La abuela? Mami, no te acordás que la abuela… – el hombre se interrumpe antes de decir lo que no quiere – No llores, yo le voy a decir que te llame. 

Ella no me quiere – dice la madre, mientras juega con un osito de peluche que sostiene entre sus manos.

¿Cómo no te va a querer? Todo el mundo te quiere. ¿Quién no te va a querer a vos? ¿Vos no la querés, osito? ¿Eh? – La anciana ríe pero rápidamente se detiene.

Yo no me quiero morir. 

Mamá, ¿qué decís? No digas eso. 

Yo sé, estoy un poquito mal. 

Vos no te vas a morir, ni se va a morir papá, ni me… – el hombre se detiene. Le brillan los ojos – Tampoco te acordás del restaurán. Dale, el que era tuyo ¿El nombre? ¿no te acordás del nombre?

La anciana lo mira a los ojos por primera vez. No dice nada.

“Belvedere”, mamá

Como papi – dice la madre, iluminada.

Sí, como papi – sonríe el hijo.

La escena es parte de la película El hijo de la novia (2001), de Campanella. El protagonista es el emblemático Ricardo Darín y la madre: Norma Aleandro (sí, otra vez Norma). No hay violencia ni historia oculta que descifrar. Tampoco efectos especiales ni grandes artificios. Sólo ternura y una sensibilidad conmovedora que, por medio de planos prístinos e inolvidables interpretaciones, traspasan la pantalla y dejan al espectador lagrimeando a moco tendido. 

El cine argentino también es eso: pulsión agobiante por transmitir con mano quirúrgica una buena historia. Y en gran medida, se debe a que la industria audiovisual es parte central de nuestra tradición cultural. Una tradición que ha logrado insertarse en los nuevos movimientos del cine global, donde iniciativas nacionales y trasnacionales emergen como nuevas centralidades en contraposición al dominio del cine hollywoodense. 

De hecho, el caso argentino es emblemático, porque logró desarrollar una filmografía amplia que tiene una buena recepción crítica tanto en el circuito comercial como en el de festivales. Esto no es casualidad: históricamente se han implementado políticas públicas de protección y fomento que colocaron al país entre los mayores productores del mundo. Es así como Argentina se convirtió en el principal coproductor de Latinoamérica y el país de la región con mayor cantidad de estrenos en Europa. Con tamaño circuito, bien podríamos decir que contar historias por medio de imágenes ya es parte de nuestra idiosincrasia. 

Tal vez por eso, actores, directores, guionistas y musicalizadores argentinos son buscados en el mundo entero, porque respiran y expresan el séptimo arte de manera innata. Dice al respecto Hernán Musaluppi, una de las referencias en la producción latinoamericana: “Ninguno de nosotros tuvo una formación comercial, no llegamos al cine desde lo empresarial, sino porque nos gusta”.

Otra vez, es sólo una hipótesis.

***

Dos jockeys bailan al ritmo de la música de Virus en un lujoso hotel de Buenos Aires. Ella se contornea sexy, mientras él gira a su alrededor como un pájaro en celo. Tres mafiosos los miran desde la barra del bar y, si bien al principio parecen capaces de despellejarlos, finalmente no pueden evitar mover sus pies al compás de la pareja. “Por un minuto, abandono el frac” dice la canción, que se corta abruptamente cuando entra al hotel un hombre de bigotes rancios, que es el jefe de todo el clan y que sostiene a un enorme bebe en brazos.

La escena pertenece a El Jockey (2024), el último largometraje de Luis Ortega. La bailarina es Úrsula Corbero y el protagonista, el sorprendente Nahuel Pérez Biscayart, que personifica a Remo Manfredini, un mítico jockey que acosado por excesos y reveses varios, emprenderá una odisea urbana digna de cualquier narración arltiana. 

Una película difícil de clasificar, con una narrativa que requiere de un espectador activo y dispuesto a dejarse llevar por una ensalada de significantes y significados ambiguos. La historia está llena de guiños culturales hacia nuestro país (partiendo del hipódromo como centro gravitante de la ciudad de Buenos Aires, hasta la música omnipresente de Sandro y Palito Ortega). Sin embargo esto importa poco, porque lo más relevante es la apuesta del director por una narrativa no lineal, puesta al servicio de una belleza estética que por momentos deslumbra. 

Lejos del cine mainstream que otorga al espectador todo servido, la película es incómoda, ridícula, emocionante – y corre por los márgenes, a caballo de un tono poético -. Después de todo, el cine argentino también es esto. Un canto a la imaginación y al poder inverosímil de poder contar cualquier historia (inclusive aquellas que no tienen pies ni cabeza). Imágenes – imaginación: una raíz etimológica en común que el cine argentino ha sabido descifrar para poder reinventarse cada vez que lo ha necesitado. Cada vez que se ha visto obligado a transformarse para no perder su vigor y seguir teniendo la oportunidad de contar una buena historia.
Tal vez, más allá de toda hipótesis, sea necesario recordar que este es el país de Borges y Maria Elena Walsh, de Gardel y Charly Garcia, de Antonio Berni y Marta Minujin, por solo nombrar algunos al azar. Es decir: de narradores hechos y derechos (o también torcidos, por qué no) que nos han contado a través de su arte las mil y un historias de nuestro desbordante y pintoresco imaginario colectivo 

¿Por qué la industria audiovisual argentina repercute en el mundo? Tal vez, sólo sea el talento y la audacia para contar buenas historias. Es nada más que una hipótesis. 

— ¿Qué tengo que hacer para que me sigas amando? – le pregunta Remo Manfredini a Úrsula Corbero.

— Morir y nacer de nuevo – responde ella, desafiante.

— Bueno – dice, Remo. Y se tira de cabeza desde lo alto.

Escrito por:

PABLO DE DIOS

Colaborador Revista CUAD

> OTRAS MIRADAS

Martín Liut

Las canciones de la Argentina

Veronica Bonacchi

La carretera: apocalipsis now

Veronica Bonacchi

Adolescencia

Veronica Bonacchi

Vivir afuera