La semana pasada íbamos en auto hacia una ciudadela (barrio) al norte de Guayaquil cuando nos sorprendió la vista del Cerro El Paraíso. Hacía ya varios días que había comenzado la lluvia regular de los inviernos costeños. Ese día en particular, la lluvia era liviana y si uno lograba abstraerse de la atmósfera cálida, espesa y agobiante – con ayuda del aire acondicionado del auto -, casi podía pensar que lo que caía era nieve en polvo. Menciono la lluvia porque cuando ésta empieza, tiene un efecto acelerador en la vida vegetal y animal, y sumada al calor, las plantas domésticas y silvestres se salen de control, a veces, pareciera, de la noche a la mañana.
Decía que nos sorprendió la vista del Cerro. Claro que lo habíamos visto antes, incluso alguna vez lo recorrimos con amigos, en sus zonas más cercanas a la urbanización. Pero esta vez tuvimos una panorámica de la masa verde que envolvía el sector, un verde casi fluorescente, exuberante, imponente… en cierta forma, espeluznante.
Aunque apenas lo mencionamos en voz alta con mi acompañante, esa visión volvió a surgir en una conversación con un tercero y eso me dio la certeza de que, tal y como sospechaba, la experiencia nos había afectado a ambos.
¿Qué tiene de espeluznante un grupo de plantas? No lo sé. Eso es lo que me pregunto desde que me pasó aquello.
El escritor y filósofo británico Mark Fisher escribió en su libro Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2018) que lo espeluznante “se constituye por una falta de ausencia o por una falta de presencia”. Así como lo raro es una presencia de lo que no encaja, lo espeluznante “surge si hay una presencia cuando no debería haber nada, o si no hay presencia cuando debería haber algo”. Ambas sensaciones emergen de una cierta preocupación por lo extraño. Lo extraño, no (necesariamente) lo terrorífico, aclara Fisher, porque tiene que ver con lo que está más allá de la percepción y la experiencia corriente. Y en ello hay un atractivo, una experiencia estética.
¿Qué “falta de ausencia” notamos esa vez frente al Cerro El Paraíso? No lo sé. Si lo hubiera descubierto, habría perdido esta sensación, porque lo espeluznante habita en lo desconocido.
Lo espeluznante habita en lo desconocido.
Vanesa Escoda / Escritora y periodista
Fisher pone como “ejemplo de manual” de lo espeluznante el cuento “Los pájaros” de Daphne Du Maurier. Este y otros relatos de Du Maurier “suelen girar en torno a la influencia de entidades u objetos que no deberían poseer una capacidad de acción reflexiva: animales, fuerzas telepáticas y el destino mismo”. En “Los pájaros” las aves “dejan de ser parte del paisaje natural y asumen el libre albedrío, si bien la naturaleza de su capacidad de acción sigue siendo misteriosa. En lugar de coexistir con los seres humanos, colaboran entre ellos para emprender un ataque asesino sobre la población humana. Esta colaboración entre diferentes especies de aves es una de las primeras señales de que algo extraño y sin precedentes está sucediendo: «Los pájaros seguían sobrevolando los campos. La mayoría eran gaviotas comunes, pero también había gaviones. Normalmente no se juntaban. Ahora estaban unidos. Algún tipo de vínculo había reunido a aquellos pájaros»”.
¿Hay algo anómalo en esa vegetación que late en el Cerro? La única vez que anduve por allí, una amiga me advirtió que no pisara las hojas secas, abajo podía haber serpientes. ¿Era esa sospecha de vida multiplicada de manera incontrolable la que me inquietaba? ¿O el temor de que un derrumbe nos arrastrara y fuéramos tragados por un río de lodo? No. Era algo más primitivo que se removía allí.
Ensayo una respuesta. En materia vegetal, la única exuberancia que conocí hasta venir a vivir a esta parte de la costa ecuatoriana fue la de un manzano cargado de frutos: nací y crecí en la Patagonia. “Un territorio de 790.000 kilómetros cuadrados donde el viento es la presencia eterna. Italia y Francia unidas, marrones, desiertas. Y viento, huracán. (…) Árboles en cualquier parte copudos aquí son arbustos. Raíces en meandros buscan, retorcidas. Si eso pasa a los árboles qué pasará a las almas”, dice Sara Gallardo en “La rosa en el viento” (Fiordo, 2021). Pero… ¿No hay también algo espeluznante en esa descripción de la región patagónica? Algo que no debería estar ahí, pero está ¿en el viento? ¿en el frío? ¿en el color?
Tal vez lo importante no sea el origen de la experiencia espeluznante si no aquello en lo que la experiencia derive. Una ficción, por ejemplo. De hecho, ya existen. Recuerdo ahora una película, The Happening (2008), -que en Latinoamérica fue distribuida con el sutil nombre de El fin de los tiempos- del director M. Night Shyamalan, donde una familia huye de ataques en varias ciudades en los que las personas comienzan a herirse a sí mismas. Un personaje con conocimientos de botánica cree que las plantas son las responsables de los ataques, porque pueden liberar productos químicos para defenderse de amenazas. Hacia el final, un experto en televisión declara que la epidemia (aparentemente controlada) puede haber sido solo una advertencia para los humanos, que se han convertido en una amenaza para el planeta.
Este no es ni siquiera el mejor ejemplo. Pero es cierto que no es el único. Lo espeluznante asociado a la naturaleza es abundante en la ficción fantástica o de horror. La escena inicial de la cuarta temporada de True detective (2024) nos muestra un paisaje helado, silente, próximo a hundirse en una prolongada noche, donde la presencia humana es mínima. Los animales, dotados de una capacidad reflexiva que no les es propia, huyen. Advierten que hay algo que no debería estar allí. Lo espeluznante detrás de la naturaleza (en una danza incesante con lo aterrador-desconocido) es campo de especulación y suspenso. Tierra fértil para la creación. Son esos paisajes desprovistos de lo humano, el distanciamiento de las urgencias cotidianas, lo que provoca lo espeluznante y que puede darnos acceso tanto a las fuerzas que rigen la realidad (fuerzas que suelen estar escondidas, como las fuerzas del capital, o las pulsiones y compulsiones de nuestra psique), como a aquellas que están más allá de lo mundano. Esa huida de lo corriente (o la posibilidad de echar un vistazo detrás de) es lo que explica, de alguna manera el atractivo de lo espeluznante. Es lo que ha hecho que me remueva inquieta hacia y en ese recuerdo del Cerro Paraíso, una y otra vez.
Vanesa Escoda es patagónica, pero desde 2012 vive en Ecuador. Es lectora, periodista, y entre otras cosas coordina el Club de lectura virtual Tribu Lectora. @tribulectora.cdl
Escrito por:
VANESA ESCODA
Colaboradora Revista CUAD