A consumir que se acaba el mundo
Columna de Veronica Bonacchi
A consumir que se acaba el mundo
Columna de Veronica Bonacchi

El documental “Compre ahora: la conspiración consumista”, de Netflix deja una sensación amarga. No porque lo que diga sea una novedad, sino porque casi nadie queda al margen de ese desastre.

El efecto es perturbador. No tanto por la confirmación -que no es sorpresa- de que las empresas echan mano de todas las herramientas conocidas para generar el deseo, la necesidad y la velocidad de compra, sino por cómo participamos todos en una maquinaria que nos cubre de objetos la mayoría de las veces innecesarios. 

El efecto perturbador lo provoca el documental  “Compre ahora: la conspiración consumista”, que puede verse en Netflix desde el 20 de noviembre de 2024. Dirigido por Nic Stacey, el material de 84 minutos narra la cara y contracara del consumo desenfrenado. ¿Es para tanto? Los números, por ejemplo, dicen esto: se fabrican 70 mil celulares por hora en el mundo y 190 mil prendas por minuto. Lo que antes eran dos temporadas – la de invierno y la de verano- se ha convertido ahora en una carrera mensual por renovar el stock. Otra vez, los números dicen que Gap fabrica 12 mil artículos nuevos (de cada modelo) al año, H&M 25 mil y Zara 36 mil. En total, se producen 100 mil millones de prendas al año. En total, se tiran 13 millones de teléfonos todos los días y 190 mil prendas por minuto.

En total, se producen 100 mil millones de prendas al año. En total, se tiran 13 millones de teléfonos todos los días y 190 mil prendas por minuto.

La industria de la moda fue calificada por la ONU como la segunda más contaminante, ya que la confección de ropa y calzado es responsable del 20 por ciento de las aguas residuales y del 10 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Narrado por una voz que aquí se llama Sasha pero que podría ser la voz de cualquier Inteligencia Artificial conocida, el documental se cuenta en dos niveles. Por un lado, el clásico y más interesante de las entrevistas y por el otro, una suerte de sátira en la que una voz da consejos para ser exitosos vendedores. Los consejos, que son cinco son: vende más, consume más, desperdicia más, oculta más, miente más.

Los entrevistados son ex Ceos o encargados de área de marketing de empresas como Amazon, Adidas, Apple, Unilever, y también personas que analizan la basura, otros que crearon una empresa que se ocupa de arreglar celulares, y también científicos que han trabajado en la fabricación y juguetes de plástico para hacerlos menos peligrosos, y que cuentan que las etiquetas que dicen envase reciclaje no son más que mentiras que se aprovechan de una disposición demasiado laxa que permite, básicamente, mentir: la mayoría no se puede reciclar. 

Con la experiencia que les han dado años de trabajo en cada una de esas empresas, todos advierten más o menos lo mismo: que se tiende a culpar al consumidor y que las empresas, una vez que el objeto aparece en las góndolas o tiendas, deja librada la suerte de la mercancía a la basura. “El consumidor no es el culpable. Me gustaría -dice el ex presidente de Adidas, Erik Liedtke-, que las empresas se hagan cargo de la vida útil de los objetos, sean autos, zapatillas, celulares o ropa”.

La encargada de llevar el relato adelante es Marlen Costa, empleada de Amazon durante 15 años como diseñadora de experiencia de usuario. Al principio, cuenta, se sintió arte y parte de una empresa que fue creciendo desde hasta transformarse en lo que es hoy. Pero en el excitante camino hacia el éxito, tras desarrollar herramientas para que se acortara el tiempo entre el deseo de un objeto, cualquiera sea, y la llegada de ese mismo objeto al hogar, utilizando conceptos de la psicología para mantener despierta la ansiedad por la compra, Marlen empezó a sentir que algo estaba haciendo mal. Vio que los objetos que se devolvían quedaban en un galpón, inútiles. Y que como era más económico destruir o quemar, todo lo que no se entregaba o se devolvía se convertía en basura. Su propio éxito empezó a pasarle factura. Sintió que estaba colaborando a transformar el mundo en un enorme vertedero. Primero intentó cambiar algunas cosas desde adentro de la empresa. Pero su posición no fue bien vista. Después consiguió apoyo de varios empleados y llamaron a una huelga si Amazon no hacía algo por el medio ambiente. La noche previa a la huelga, el propio Jeff Bezos, creador y director de Amazon, anunció su compromiso con el medio ambiente. Después, la despidieron. 

Los conceptos que maneja el documental van desde esa compulsión por la compra que despiertan las propias compañías, a las mentiras que cuentan las propias empresas – el conocido green washing- para que los usuarios se sientan menos culpables al consumir, creyendo que las empresas realmente están haciendo algo para contrarrestar los efectos. Pero también muestra cómo, para mantener rodando la maquinaria, se dispone que los objetos, los electrónicos sobre todo, tengan una vida lo suficientemente breve como para que sean desechados al cabo de cada vez menos tiempo. Un ejemplo son los auriculares, fabricados en todos los casos con baterías selladas, que impiden que se cambien, que le dan una vida máxima de 18 meses. Lo mismo ocurre, cada vez con más frecuencia, con las laptops, los cascos de realidad virtual, los celulares. Uno de los entrevistados, que creó una empresa llamada Ifixit, logró torcer al menos en Europa y Nueva York, ese rumbo, y logró que la justicia obligue a las empresas a permitir que los dispositivos puedan ser arreglados si funcionan mal. Parece una obviedad, pero no lo es: los dispositivos están hechos para que no puedan arreglarse y deban tirarse.

El documental muestra cómo, para mantener rodando la maquinaria, se dispone que los objetos, los electrónicos sobre todo, tengan una vida lo suficientemente breve como para que sean desechados al cabo de cada vez menos tiempo.

El asunto más inquietante es saber a dónde va todo lo que no se desecha:  la ropa, toneladas y toneladas de ropa, termina en el desierto de Atacama, en Chile, y en las playas de Ghana, adonde va a parar la ropa que las empresas le hacen creer a la gente que se donará o se reciclará. Las imágenes de la ropa formando médanos de tela a orilla del mar de Ghana son desoladoras. Y preocupantes: la ropa tiene fibras plásticas y las zapatillas están hechas de plástico, así que todo eso que ingresa al mar ahí se queda, para siempre, flotando. Las viejas PC, auriculares, y celulares son metidos en containers que van a Tailandia, donde operarios sin más protección que un precario barbijo, desarman viejos dispositivos mientras se exponen al mercurio, el plomo, el cadmio.

Quizás con la idea de amortiguar el impacto, el documental incorpora la voz de una inteligencia artificial que da consejos para ser un vendedor exitoso. Y cínico, por supuesto. Y suma también imágenes, creadas claramente con IA, para ilustrar la cantidad de basura que existe y que podría, según se ve, dejar rodeada a la torre Eiffel hasta la cima de desperdicios. Esto es, quizás, lo menos interesante de un material con datos y entrevistas suficientes como para despabilar a cualquier consumidor. Pero sobre todo, para hacer -hacernos- reflexionar sobre ese acto a veces inconsciente e impulsivo que es la compra. Como dice un hombre al que denominan el James Bond de la basura: “Todo lo que desechamos va a algún lugar del planeta. No se puede barrer debajo de la alfombra”.

Escrito por:

VERONICA BONACCHI

Jefa de Redacción Revista CUAD

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