Hay algo de arte marcial japonés en Carolina Kleine Samson. Algo de usar la fuerza del contrincante a favor suyo.
Nacida en Neuquén capital hace 35 años, Carolina se decidió por la Comunicación Social a la hora de estudiar una carrera. Se fue a Buenos Aires y estudió en la UBA, pero una pregunta se atravesó en su camino. Lo mismo que utilizaba para trabajar, las redes sociales, la conexión remota que le permitía hacer home office cuando aún no era una práctica tan habitual como ahora, se le volvió cuestionamiento, y de a poco, el cuestionamiento se le volvió una manera de hacer arte. Usó la fuerza de las redes para ponerlas en duda. Un arte marcial.
Instalada hoy en Dubai, donde realizó una instalación en una feria de arte, y después de pasar por galerías en Miami y Milán, Carolina sigue alimentando las preguntas alrededor del mundo digital, a través del arte digital.
“Todo comenzó -cuenta ella a través de un zoom con las siete horas de diferencia que existen entre aquí y allá- mientras estudiaba. Básicamente, pienso que las redes sociales tienen una estructura determinada de comunicación y por eso determinan un modo de comunicarse con los demás. Así que primero tuve mi cuenta de Facebook, como todo el mundo, y la usé como la usamos todos, pero de a poco empecé a cuestionarme”.
¿Cómo? Creó un perfil en Facebook, un perfil artístico, en el que rompió con la lógica interna de la red social creada por Mark Zuckerberg. Ella compartió su contraseña para que todos las personas que quisieran entrar, lo hicieran. “Era un perfil artístico, anónimo y con muchos dueños, la antítesis de lo que propone el mundo hiper yoico de las redes sociales. Cualquiera se podía loguear ahí y crear. Conecté así con montón de artistas digitales de muchos lugares del mundo. Era todo anónimo, y éramos una especie de comunidad underground digital. Era una especie de utopía, un ser que podía ser cualquiera que se logueara en esa cuenta, y se logueaba gente de Brasil, de Estados Unidos, de la Argentina…Todos los usuarios de Facebook podían entrar a ese perfil si querían. La utopía era que todos los usuarios estuvieran en un solo perfil, una manera de contestar al sistema, a la plataforma. ¿Qué pasaría si todos los usuarios fuéramos uno? Quise usar los mismos recursos del sistema para cuestionarlo. Es una crítica con las mismas herramientas que utiliza la red”, se entusiasma a la distancia sobre un proyecto que sentó las bases de su actividad actual.
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De Buenos Aires, donde estudiaba e ideó ese perfil único de seres múltiples, Carolina se fue a los Estados Unidos, a conocer a algunos de los artistas que se habían logueado en la que alguna vez fue su cuenta. “Primero estuve en Miami, durante cuatro años y medio. Ahí conocí a muchos artistas digitales. Y quería hacer una muestra con toda esa gente que conocí. Así nació IDAM (www.idamiami.org), “una plataforma de arte digital que comencé en 2018, enfocada en la difusión de este tipo de manifestaciones creativas a través de exhibiciones con artistas de todo el mundo, con charlas, talleres, performances entre otras actividades, de manera online y offline”, cuenta Carolina..
Inquieta y movediza como se nota desde este lado de la pantalla, empezó a hacer eventos, actividades en hoteles y galerías. ¿Por ejemplo?: organizaba sesiones de dibujo con un modelo que hacía poses mientras usaba el celular. “Combinaba cuerpo con celular, físico y online. Con eso gané la beca para que me den un espacio por seis meses para hacer muestras. “Era un local enorme para hacer cosas enormes, y ahí hice performance, exposiciones, de todo. Miami me dio un espacio de creatividad muy bueno. La ciudad me dio una soltura que no sabía que tenía. El pudor que podía sentir lo olvidé. Acá a nadie le importa lo que hacés. Y la verdad es que me solté y encontré ese espacio que es medio underground, y me dio muchas ganas de hacer cosas” dice Carolina, que en un plano mucho más físico que el arte digital, suele pararse sobre sus patines y usar las rueditas para pintar mientras mueve sus pies.
“Yo siempre tengo ganas de llevar a cabo cosas. Le di forma a un proyecto, lo presenté y me dijeron ‘bueno, hacelo’. Esa fue la primera vez que tenía un espacio. Y eso fue un puntapié para materializar, para bajar todo lo que tenía en internet”, dice Carolina, de un modo veloz mientras se mueve por la casa que habita en Dubai. Va de la cocina a un living, de ida, de vuelta.
Lo que la llevó hasta aquel país es algo que germinó en 2022 y que tiene sus raíces en sus cuestionamientos a las redes sociales y al mundo digital, justamente en aquello que es a su vez su arte. El proyecto se llamó -se llama- Infinite QR Code, “y tiene que ver con el digital, los símbolos de lo digital. La instalación consiste en una sala llena de códigos QR y cada código, si uno lo escanea con su celular, te lleva a su vez a una pieza digital de un artista distinto. Uno está inmerso en ese mundo de códigos. Y todo está maximizado al punto de volverse un recurso estético. Te remite al mundo digital, y a la vez estás inmerso en otros mundos artísticos, en el de cada uno de esos artistas”.
Esta instalación la expuso también en Milán, luego en Texas y hace algunos meses en Dubai. En sus planes futuros figura una residencia artística en España y un paso previo por Kuwait. Quién sabe. Quién sabe hasta dónde la lleva esa pregunta inicial, ese movimiento que le permitió usar la fuerza de su oponente para hacer arte.
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Escrito por:
Veronica Bonacchi
— Revista Cuad