“Tristemente gracioso”, dice él, como una definición escueta para esas escenas de la vida cotidiana de un adulto de treinta y pico que entendió que muchos de sus sueños pueden trastabillar, que el éxito -tal como su generación lo aprendió de generaciones anteriores- es hoy prácticamente una utopía, que lo que queda es lidiar con lo que él llama las nubes y que podría traducirse como un cielo parcialmente oculto por problemas existenciales.
Las nubes, esas nubes existenciales y grises, son una presencia constante. Para Gungo y sus dilemas, pero también para Nacho, que ahora aprendió a despejarlas o a convivir con ellas con algunos toques de humor. “En el cine no elijo la comedia, pero sí me gustan las películas que trabajan con el humor, como Woody Allen, o Aki Kaurismäki, que es mi director de cabecera, porque trabaja el humor con cierta acidez melancólica, como si se fijara en lo tristemente gracioso. Me gusta lo triste y gracioso a la vez. Me gusta mucho trazar esa cosa melancólica y graciosa a la vez que hay en los cuentos de Raymond Carver, que lo puedo unir con Kaurismäki, con Jarmush, con la novela gráfica de Jason, con la pintura de Edward Hopper”, define lo que le gusta, y un poco a él también.

Cuando tenía 18 años, Nacho se fue a Buenos Aires a estudiar cine a la Universidad del Cine (FUC). “Hice una carrera en realización cinematográfica y después me especialicé en montaje cinematográfico de posproducción. De acuerdo a mi personalidad, encontré en la edición, en el montaje, el área en la que me podía desarrollar mejor, sin las tempestades de los rodajes y otros roles más agresivos. Tenía una convicción muy fuerte de estudiar cine, pero también convivía con una nube muy grande que me impedía desarrollarme en eso. Después trabajé mucho en una productora, crecí, aprendí, pero a los treinta y pico, por un estado emocional, decidí volver a Roca. Conociendo esta vida de ciudad más pequeña y también el avasallamiento de la gran ciudad, me dije: «yo conozco una vida más tranquila, voy a ver si puedo tener una vida mejor”, cuenta.
Lo hizo. En enero de 2018 volvió a vivir a Roca. Trabajó un poco de modo remoto con la productora de Buenos Aires, se metió en emprendimientos familiares, y de a poco fue sintiendo que se alejaba del cine. O más bien, sintió que la vida lo estaba empujando fuera de lo que siempre había querido hacer. “Hasta que apareció el IUPA y me reconecté con el cine desde otro lugar, desde una manera más madura, que me llevó a la docencia de montaje, y después agregué otra materia. Tuve un reencuentro con el cine que sigue hasta hoy”, dice.
Junto con la reconexión con el cine, llegó Gungo. “Buscando maneras de manifestarme con mayor espontaneidad, de comunicarme con otras personas, apareció otro de mis berretines, que es dibujar, hacer humor gráfico en cómics”, dice, y se le iluminan los ojos. “De chico, leía muchos cómic de superhéroes, de aventura, leía a TinTín, las contratapas de diario. Como me pasó con el cine, lo transité con ciertas dificultades porque mi personalidad tiene sus trabas. Yo no estudié dibujo y entonces sentía que me faltaba algo, aunque a la vez pienso que lo académico y lo perfecto carecen de alma”, dice.

Los regresos nunca son del todo fáciles. Siempre hay, en esas idas a estudiar a la ciudad grande, cierta idea de que el éxito está allá. Y hay, por eso mismo, cierta sensación de retroceso al volver. Algo de eso le pasó a Nacho cuando decidió en 2018 volver a su ciudad, Roca. “Fue con un poco de vértigo, pensando que debía soltarle la mano al cine, a mis sueños, pensando que quizás había sido muy inmaduro y soñador. Volví con una incertidumbre y con una inestabilidad muy grandes, no sabía cuál era el rumbo. Y también, con cierta subestimación al contexto artístico de la zona, algo que era un prejuicio porque la verdad es que ahora hay una movida muy grande. Me encontré con mucha gente haciendo arte desde acá, y comprendí, a lo largo de estos años, cómo es hacer arte desde acá, qué cosas podemos contar desde acá, cómo hacerlo. Fue también un reencuentro con el cine desde el IUPA, un renacer de los deseos que tenía un poco sepultados. Y entonces ahora hay un proyecto propio, además de que me convocaron a participar de una película que se filmó desde acá, y entendí lo que es contar una historia desde acá. Ponerme en acción, con soy Gungo, también me abrió otras puertas, me permitió conectarme con otra gente, entender otras miradas, otras perspectivas, bajar las exigencias en el buen sentido. La gran enseñanza de haber venido acá es: hacé, hacé, hacé, avanzá. Estar en movimiento es la idea. Allá, en Buenos Aires, me sentía agarrado de algo, atado.

Me encontré con mucha gente haciendo arte desde acá, y comprendí, a lo largo de estos años, cómo es hacer arte desde acá, qué cosas podemos contar desde acá, cómo hacerlo.
Nacho Guala
-En una charla que dio la directora Lucrecia Martel, habla de la necesidad de que el cine cuente las relaciones, la vida, desde otros lugares que no sean los countries de la ciudad de Buenos Aires: Ella decía que nos estábamos perdiendo la posibilidad de conocer la diversidad que existe en el país un poco por vagancia y por comodidad, por resolver todo de manera fácil en el decorado de un country
–Nosotros, los que vamos desde el interior a Buenos Aires, podemos tener una mirada externa, pero lo que no está tan contado es el desde acá. Criarse en otro ritmo lo podés plasmar en tu película o en tu arte. Eso lo incorporé, tratando de desarrollar ideas que sean desde acá, que lleguen y terminen de construir la identidad del país. Uno siente que debe expresarse de determinada manera por las películas de determinados directores que ha visto a lo largo de su vida, y con historias que en general ocurren en las grandes ciudades. Pero ¿cómo ocurren los romances fuera de la ciudad de Buenos Aires?. Justo ahora tengo un proyecto para un cortometraje de un encuentro entre dos personas mayores de 60 años: cómo se encuentran una mujer y un hombre mayores de 60 en una ciudad de la Patagonia. ¿Cómo es ese encuentro romántico o no romántico cuando estamos tan contaminados por historias que determinan cómo son esos encuentros en las ciudades grandes? ¿Cómo el contexto puede intervenir en un vínculo? Acá, la gente se vincula de otra manera porque el contexto es distinto, porque el vínculo es más cercano, porque hay cosas que sabés del otro aunque en verdad no las sabés. Y son cosas que enriquecen esa relación y que en otros contextos no ocurren. Eso, hablando de temas comunes, y después hay cosas que tienen que ver con nuestra idiosincrasia.

-Gungo también te da la chance de implementar la mirada desde acá. ¿Te abriste a esa posibilidad de ver y contar desde acá?
-Con Gungo todavía estoy haciendo chistes de cosas que ya superé, que en su momento fueron las que me trababan y que ahora ya las superé. Aún hago chistes sobre temas generacionales de la identidad, del progreso, del éxito…Se suponía que el éxito, tal como nos formamos, era el económico, la estabilidad, la casa, la familia, pero en el medio, para mi generación, todo cambió. Y nosotros, aunque aceptamos ese cambio y sabemos que el éxito no era eso, seguimos presionándonos con aquella idea. Entonces, cómo reírse de eso. Trato de tomar con humor eso, no sé si es con una mirada desde acá, pero sí con la mirada de alguien que vuelve de la ciudad y aún no consiguió lo que se supone que tenía que conseguir. En mi vida personal ya estoy en otra etapa, mis objetivos son otros, y entiendo cuáles son las cosas que me hacen bien. El éxito, ahora para mí, es la estabilidad emocional, pero al mismo tiempo digo que mi generación, los que estamos cerca de los 40, tenemos los mismos problemas. Está lleno de memes que hablan de lo que nos pasa, de chistes sobre nuestra situación económica, cosas como: se suponía que iba a llegar a fin de mes, o se suponía que íbamos a viajar y no podemos, o que la heladera está vacía. Y es cierto que no es para tanto, porque los problemas que tenemos son puramente burgueses, o que nuestros conflictos son burgueses, pero en nuestro microclima, es lo que nos ocurre.

El éxito, ahora para mí, es la estabilidad emocional.
Nacho Guala
-¿Cómo definirías a Gungo?
-Gungo es un registro que pasa por el humor inocente estupido y ácido, que muchas veces es fino y otras elemental. A veces es refinado, pero he sufrido el silencio sepulcral ante algo que yo creía chistoso. Gungo es un registro de humor personal pero es el humor que me rodea también, y siempre trato que tenga un cierto grado de acidez rebajado.
-¿Y cómo convivir con esa regla de las redes, del Instagram en este caso, donde está Soy Gungo, de que te aprueben o reaccionen al chiste?
-Hay algo ahí de que te aprueban o te desaprueban. Con el chiste pasa como con la selfie en la que uno espera ver cuántos te dan Me gusta. Instagram es la plataforma en la que seguramente te ven más rápido, pero a la vez no sé si quiero esa tiranía. Me gustaría que un chiste esté dando vueltas por algún lado y una persona lo vea y se identifique, como cuando uno se encuentra con un libro o una película que en ese momento, en el que la encontraste, es para vos, porque sentís que te habla a vos. Me gustaría que mis chistes funcionen así, con un vínculo más personal. Esta manera de comunicarnos, más inmediata de hoy, te hace estar ahí, y esperar la reacción. Los que tenemos casi cuarenta somos tan analógicos como digitales, los de diez años menos no te entienden, los más grandes tampoco; creemos que sabemos cómo manejarnos en Instagram, pero no; lo usamos, pero lo usamos mal; lo usamos aunque sabemos que hace mal.
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD