Ahora, hace ya diez años. Octubre de 2013 fue la fecha en la que tímidamente y por primera vez, el Cineclub Työ abrió sus puertas. Ahora, hace ya diez años, quizás no haga falta mucha presentación, pero allá por 2013 la idea de reunirse a ver películas en el living de un departamento y hasta el nombre del cineclub, Työ, así, con dos acentos en la o, generaban tanta expectativa como expectativa. Ahora, Gonzalo López Gadano, roquense y alma de esta idea que ha sobrevivido a nuestras sucesivas crisis y a una pandemia inédita que nos dejó encerrados mucho tiempo, convive con su creación, pero sabe también que mantenerla viva y robusta durante todo este tiempo es un éxito.
Lo es.
“Al cumplir 10 años y previo a proyectar la película que había elegido para la conmemoración, me descubrí con el micrófono en una mano diciendo en el escenario -porque rara vez sé lo que voy a decir antes de subirme-, que en todo este tiempo, lo que había logrado era entender en carne propia el vínculo que existe entre cultura e identidad. Algo super estudiado, y casi obvio, pero yo les decía que podía finalmente dar cuenta de cómo, eso que hacemos, se vuelve eso que somos. Al menos una parte importante de lo que somos. Y cuando terminé de decir eso me miré la muñeca, levanté el brazo, y lo giré para mostrar cómo, en el lado interno de la muñeca, tengo tatuado en tinta negra apenas debajo de la piel la palabra TYÖ”.
Es un éxito y lo lleva en la piel.
En todo este tiempo, lo que había logrado era entender en carne propia el vínculo que existe entre cultura e identidad.
Gonzalo López Gadano / Fundador TYO
La película que Gonzalo eligió proyectar ese día especial está en la raíz de su creación. Es que el club recibió el nombre de TYÖ después de ver “Nubes pasajeras”, de Aki Kaurimäki. “La historia cuenta el espiral descendente de una pareja en la que ella primero pierde el trabajo y luego él; siguiendo ese camino van perdiendo casi todo hasta que, en el último acto, y gracias a la ayuda de su antigua jefa, consiguen el dinero para abrir un modestisimo restorán al que llaman TYÖ”, escribió él en una nota para explicar la elección del nombre de su espacio. Y lo que en la historia parece al principio un rotundo fracaso, se convierte de a poco en pura felicidad.
Como Työ, el cineclub, que también se convirtió en felicidad, y en éxito.
La primera vez que abrió las puertas lo hizo en un departamento que le pasó uno de sus hermanos, y con unas viejas butacas restauradas del ya inexistente cine Roca. Una pantalla y un proyector completaron la escenografía de lo que durante algún tiempo fue un programa para no muchos. Gonzalo anunciaba las películas, vendía las entradas y explicaba al público qué era lo que se iba a ver. “Es bastante difícil de explicar lo que me pasa con el Cineclub. Sobre todo porque no tengo hijos, y entonces decir que el Cineclub es como un hijo para mí sería un poco raro, ¿no?. Pero al menos dejame sospechar que es algo similar. Intuyo que hay una suerte de incondicionalidad casi maternal de mi parte para con el espacio y la tarea que conlleva. Que verlo crecer y acompañarlo es una gratificación constante. Y al mismo tiempo, todo lo que doy no se llega a comparar con todo cuanto obtengo. Y así podría seguir ad nauseum… Algo que me sorprende es que nunca, jamás, es una carga. Y eso es super extraño en mí, que todo me pesa, que todo me cuesta. Sin embargo, el Cineclub nunca me produjo esa sensación; y casi que no quiero pensarlo demasiado por miedo a desvanecer esa condición etérea, cuasi mágica. Sería el fin del idilio. Y supongo que sería el comienzo del fin”, dice Gonzalo
Intuyo que hay una suerte de incondicionalidad casi maternal de mi parte para con el espacio y la tarea que conlleva.
Gonzalo López Gadano / Fundador TYO
Gonzalo, que nació en Roca, que estudió cine en Buenos Aires (en el Centro de Investigaciones Cinematográficas, y en la Universidad de San Martín) y que después volvió a su ciudad natal, le debe mucho de su presente a ese cineclub. “A raíz del cineclub, por ejemplo, me invitaron a hacer radio, a hacer una columna de cine y eso me obligó a hablar, a pensar y aprender aún más sobre las películas para hablar en la radio y presentarlas antes de la función. Me invitaron a hacer radio y ahí conocí a Julio Ojeda, con quien entablé una relación de amistad muy fuerte, y también me llamaron del IUPA para dar clases de Géneros Cinematográficos y estructuras narrativas audiovisuales en la Licenciatura de Guión. Me convertí en profesor y este es mi cuarto año ahí, y aun estoy aprendiendo a hacerlo. El cineclub me convirtió en lo que soy, me abrió puertas, y es muy interesante cómo a una persona solitaria como yo, el cineclub le dio - me dio- este lugar, me abrió estas puertas, y me trajo hasta donde estoy hoy”, dice.
La actividad que comenzó en un departamento y con pocos lugares disponibles siguió después en Distrito, un espacio audazmente autogestivo donde tocaban bandas y que cerró sus puertas definitivamente en Pandemia, con más butacas y más desafíos. El Centro cultural era enorme y el frío se hacía sentir entre los que se sumaban a ver películas que difícilmente podían verse en el circuito comercial.
La siguiente mudanza fue al edificio en el que sigue hoy. Pero su primer destino en ese lugar fue el patio, con un ciclo de verano, con proyecciones al aire libre, los lunes a la noche. Fue innovador y un éxito también. Y ahora, desde hace años, sigue y crece en esa institución, pero ya con la capacidad de la sala dos, donde no sólo proyectan un cuidado programa de películas, cada martes, a las 21, sino que se han animado también a la proyección de cine mudo junto con el Ensamble XX XXI, que se ocupa de musicalizar el filme.
Ofrecer lo que no hay y lo que quizás de otra manera no se conocería también es un éxito.
“Respecto a la programación, puedo decirte que me llevó al menos cinco años aprender de qué iba la cosa. Al principio todo pasaba por proyectar grandes películas de grandes directores de nombres rimbombantes -a veces incluso sin haberlas visto-, y por otro lado una línea con aquellas películas relativamente recientes, con críticas unánimemente buenas que quedaban un poco relegadas o por fuera de los canales de difusión masivos. Era un lugar seguro desde donde programar y parte necesaria del aprendizaje, aunque hoy mire para atrás con cierta vergüenza. Pero me perdono fácilmente sobre todo teniendo en cuenta que esta fue una tarea hecha desde la total periferia, desde la soledad y la falta de interlocutores. Me llevó mucho tiempo encontrar referentes a nivel nacional e internacional de los que aprender y con quienes contactarme. Esa soledad se volvió una costumbre y me costó -y aún hoy me cuesta- romper con esa forma tan “singular” de hacer las cosas.
Gracioso es pensar que cuando finalmente comprendí lo que era programar, dí un paso al costado y abrí el espacio para que otros se encarguen de hacerlo. Esto pasó al salir de la pandemia. Como nueva estrategia, y entendiendo que mi mirada y subjetividad a la hora de elegir estaba un poco agotada después de más o menos 7 años de programar. Empecé a mandar mails y tendí puentes con jóvenes críticos y otras personas que habían ido apareciendo en el radar del cineclub y los invité a que programen y que escriban textos que acompañen a las películas propuestas. Y así venimos trabajando desde entonces”, dice Gonzalo, que durante tres años compartió la programación del ciclo con Nacho Guala..
“Creo que con ese último giro terminé de encontrar mi lugar como un gestor cultural. Alguien que hace que las cosas sucedan. Un catalizador”.
Y ser un catalizador, por supuesto, es un éxito también.
Pero Gonzalo prefiere no mirar para atrás. “No me gusta hacer memoria. El cineclub me tiene siempre pensando en el futuro, en qué se puede hacer, en nuevos ciclos. Yo creo que lo mejor está siempre adelante. Construyo hacia adelante siempre. Y ese motor en el que se convirtió el cineclub es un estímulo constante. Ya no soy yo pasando las películas, ya no soy yo el que las elige. En verdad, a mi lo que me interesa es desaparecer, estar oculto y que las cosas sucedan”.
Y las cosas suceden. Y eso es un éxito.
Escrito por:
VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD