¿Qué es un paisaje?
¿Lo natural es paisaje?
¿Cuándo lo natural deviene paisaje?
¿Es atributo de un paisaje el ser bello?
¿Puede un paisaje despertar estupor o indignación, sentimientos bastante diferentes al de regocijo y belleza?
Podríamos comenzar con un pequeño acuerdo: se precisa de una mirada, una subjetividad que encuadre lo que tiene al frente, que construya, para que vaya apareciendo eso que llamamos “paisaje”.
Hace ya más de dos décadas escribí unas reflexiones sobre una artista que observaba la barda, aquí en el Alto Valle, en la norpatagonia argentina de una manera que me llamó la atención y me permitió desde entonces mirar mi entorno de otra manera[2]. El suyo no era el registro pictórico que separa la estepa árida del río Negro y la zona productiva que este hizo posible debido a la distribución de sistemas de riego que dieron espacio a que peras y manzanas crecieran aquí.
Perla Silvetti (1932-2011) no hablaba de ese proceso sino de la barda como relato geológico y como imagen de belleza, como paisaje, acentuando sus colores, texturas y la trama temporal milenaria del territorio. Esa atención se plasmó en una serie de pinturas llamada “Fue mar”. Tuve oportunidad de ver sus minuciosos cuadernos de bocetos en los que Perla tomaba apuntes de las formas de las bardas y bocetaba su taxonomía prestando especial atención a los colores, a la riqueza cromática que encontraba al caminar por allí y a como las luces y sombras del momento influían en su registro. No era una imagen desangelada, anodina del territorio sino que éste resultaba el protagonista de la representación artística.
Más recientemente, tuve la oportunidad de entrar en contacto con la artista Gabriela Sacks y en su producción también ha elegido como tema la fisionomía del territorio. Lo ha hecho de distintas maneras.

El mes pasado, en diciembre de 2023, Gabriela me recibió en su taller, un espacio amplio ubicado atrás de su casa donde entra bastante luz. En una de las paredes se apoyan -algunas embaladas y otras no- varias obras que testifican la sensación que me invadió al escucharla. Me pareció alguien a quien impulsa el hacer, el tesón por hacer, la convicción de que esa es su manera de ser artista. En el centro de su taller, identifiqué otra prueba: una mesa grande repleta de pinceles, papeles, piedras, libros, contenedores con ensayos de procesos en curso.
Aquella mesa hablaba de Gabriela con mucha precisión. Porque ahí podía verse lo vital que le resulta experimentar, abrazar nuevos proyectos, estudiar, aprender, probar, y también, se comprueba la persistencia de ciertos temas a lo largo de su trayectoria de artista: el agua, más precisamente, el río Negro que atraviesa Villa Regina, la ciudad en la que nació y a Roca-Fiske, ciudad en la que vive hace más de tres décadas. Emerge con vitalidad como tema de su devenir artista el territorio que la rodea y las derivas de este paisaje por injerencia de lo humano.
Los intercambios de mensajes y la tarde que pasamos en su taller en la que me mostró obras que no estaban en su página web ni en sus redes sociales me hicieron pensar en algunos temas que se entretejen y están allí sea cual sea la materialidad escogida por la artista.
Vuelvo a las preguntas esbozadas al comienzo de este escrito y me arriesgo a encontrar algunos ejes en su producción que las recorren como rodeándolas; sin desvanecer el modo interrogativo se animan a la formulación posible, tentativa, sujeta a la reformulación. Aquí van.
El arte como vehículo de representación
Si el arte es el lenguaje, el medio que hace posible, que vuelve visible, la manera de llevar a cabo tal alquimia es decisiva y la exploración de las diversas materialidades también lo es. Gabriela experimenta con acuarelas, acrílicos, video, fotografía. Recurre al espacio demarcado de un bastidor, pero también, al videoarte y a la instalación.
Representar es poner delante, hacer aparecer algo a través de una representación, por eso el camino para lograrlo es crucial para la artista.

La norpatagonia como territorio. El territorio se asume paisaje y es representado
En ese territorio Gabriela Sacks ha pasado su vida. Allí nació en 1967. Se graduó como profesora en pintura en el Instituto Nacional Superior de Artes (INSA) y como Licenciada en enseñanza universitaria de las artes en el Instituto Universitario Patagónico de las Artes (IUPA) donde trabaja como docente e investigadora.
Aquí, en este sur, las formas de representar el territorio como un desierto, algo que no escala a la categoría de paisaje, se han asumido como un hecho, una imposición cultural por mucho tiempo; una mirada que lo construyó vacío de vida humana y de vida vegetal con aura; una mirada que no veía allí belleza.
Por el contrario, Gabriela lo vuelve paisaje con su mirada y por eso las bardas y el río fueron motivo de representación en su obra. Como ella misma aclara, creció cerca del río y por eso el río ocupa un lugar importante En un texto suyo en el que hace referencia a la serie de acuarelas “Inventario para un paisaje” (2020) señaló que el agua ejerce en ella una atracción sagrada y la transparencia de su color incoloro se fusiona en el plano tangible de la obra al entrar en contacto con la acuarela.”Una mirada líquida que se impregna de todos los colores donde la disolución de los pigmentos funciona como una química ingenua. Los colores encuentran su poesía en el agua para poder transformarse en paisajes”[3]. En el video “Destiempo” (2022)[4] el agua también es protagonista, en este caso, la del Río Negro y en esa obra propone un registro de un devenir eterno, imperturbable como es el del agua; allí el agua parece un vehículo, metáfora de la vida del universo en un plano que trasciende a lo humano. Qué es la naturaleza sino eso, tal como lo ratifica el diccionario: “el conjunto de seres vivos y elementos que conforman el ambiente natural”.
El arte vuelve visible, aquello que parece haber sido olvidado.
El territorio no sólo es transformado en paisaje por la mirada sino también por la actividad humana imparable, codiciosa, antropocéntrica.

El arte vuelve visible, aquello que parece haber sido olvidado.
Maria José Melendo / Docente e investigadora
Gabriela Cabezón Cámara escribió en 2020 un poema manifiesto en el que pone sensiblemente en palabras esta postal contemporánea que empieza así:
“Como hijos de la modernidad o como
colonizados por ella
como colonizados
hemos perdido
a la Pachamama
hemos sido
cortados
a machete, a balazos,
a horca, a látigo, a hambre,
a fustazo y a cepo
hemos sido
cortados
de la naturaleza
desvinculados” [5]

El paisaje del Antropoceno
Interpelada por su presente de visos ecológicos apocalípticos, Gabriela dio un giro a su obra hace algunos años. Abrumada por lo que ocurre en su región, desplegó distintas estrategias artísticas para volver vivible lo que ella llama “Paisajes del Antropoceno” una variedad de imágenes artísticas que son testimonios.
En el alto valle, hay una fecha decisiva para demarcar una cronología de la transformación del paisaje y la vida de los habitantes de la región. 16 de julio de 2013 fue el día en que se firmó el acuerdo YPF Chevron para la intervención de la formación geológica llamada Vaca Muerta que impulsó vertiginosamente la explotación no convencional de petróleo denominada fracking, técnica de perforación de la tierra en profundidad en la que se utiliza arena, agua y químicos para extraer gas y petróleo.
Desde entonces, las torres de fracking o “pinitos de navidad”, como le llaman por el aspecto que adquieren de noche al estar iluminados, comenzaron a verse al transitar la ruta 22 y la llamada Ruta chica a la altura de Allen y Fernández Oro, ciudades que de acuerdo a la denominación de los ambientalistas se transformaron en “Zonas de sacrificios”, territorios arrasados.
Aun recuerdo el impacto que me produjo en 2019 la lectura de Chacra 51. Retorno a la Patagonia en tiempos del fracking de Maristella Svampa, autora que Gabriela también lee y utiliza en algunos textos que acompañan sus obras. En aquel libro la socióloga y conocida ambientalista narra no sólo las consecuencias ambientales del fracking sino la conmoción que la invadió al enterarse de que la chacra 51 en la que ella había pasado su infancia había sido alquilada a las petroleras por su primo a través de un contrato con una empresa norteamericana para instalar, muy cerca del centro de la ciudad de Allen una plataforma de explotación de hidrocarburos.
En ese libro aparece la palabra “Antropoceno” , denominación propuesta por la comunidad científica para dar cuenta del impacto en términos de épocas geológicas que lo humano genera en el planeta, actividades que de persistir nos conducirían a un escenario sin plan B, o sin refugios, como elige decirlo la filósofa Donna Haraway, autora que integraba la pila de libros que ví en la mesa del taller de Gabriela.
La propuesta de la artista en torno a estos paisajes del antropoceno da cuenta de que el paisaje no es algo estático sino que se dice en plural y lo humano es artífice de esta metamorfosis.
Aquí también podríamos establecer una cronología que despliega una preocupación presente que latirá en su producción con insistencia desde una coralidad de recursos poéticos.
Así, en la Bienal de arte Neuquén contemporáneo desarrollada en 2015 bajo el lema “Energías” ella presentó la obra “Territorialidades” con la que recurrió a soportes distintos a los tradicionales del arte y a la materialidad del petróleo como materia en su literalidad. No lo representó sino que lo presentó a través de Ojos de buey con petróleo sobre bastidores y terrarios.

En marzo de 2019, en la Casa de la cultura de Roca- Fiske propuso “Paisajes del antropoceno” y se detuvo en la crisis ambiental como un punto de eventual no retorno. Expuso 16 terrarios que contenían agua y petróleo; en aquella oportunidad, los terrarios estaban abiertos y dada la escala pequeña de la sala se volvían más disponibles, hasta podía sentirse su olor.
La elección de los terrarios, soportes usualmente utilizados por la biología como pequeños invernaderos, no parece azarosa. Allí donde suele haber vida, hay petróleo, hasta lo cromático genera una reacción: el verde esperado de la vida que eclosiona es reemplazado por el negro tornasolado del petróleo.
En noviembre de 2023 presentó en el Museo Municipal Juan Sánchez de Roca-Fiske “Memoria de un despojo”[6] una serie de fotografías que son los registros de los vestigios de aquellos terrarios exhibidos en 2019. La artista fotografió los sedimentos, las manchas que son indicios, memoria de un despojo. Como lo indica Claudia Aranovich en el texto de la sala, Gabriela hace terrarios en los que el petróleo invade el agua.
Gabriela me comentó que frente a la pregunta que siempre la atraviesa respecto a cómo representar el paisaje, la fotografía se volvió una opción plausible, una deriva desde la búsqueda y exploración de distintos formatos ya que la bidimensión de la pintura le parecía insuficiente.
Experimentar grupalidad para hacer un hacer artístico colectivo
Esta insistencia por la experimentación y la urgencia por exhibir lo que está ocurriendo en la región también asume formas grupales para el hacer colectivo. En 2018, Gabriela junto a dos artistas amigas, Angélica Quilodrán y Elena García, se autonombraron colectivo Río y propusieron en 2018 en la Sala de arte Emilio Saraco en Neuquén la instalación IN Visible[7] en la que exhibieron algo que parece evidente, de sentido común: el agua, como sustento esencial de nuestra existencia.
La naturaleza se convierte en protagonista y deja de ser el objeto de la representación. En la sala no representaron artísticamente al agua sino que la llevaron ahí, la presentaron. Le dieron entidad espacial. La montaron envasada en franjas transparentes que la contenían. El agua que extrajeron del río negro, de las ciudades en las que viven las artistas (Allen, Roca-Fiske y Villa Regina) estaba allí, disponible a la altura de los ojos que la quisieran ver. El refrán “Lo esencial es invisible a los ojos” parecería una epifanía que las artistas tradujeron a lenguaje artístico.
El arte como vehículo de la crítica del presente. La potencia de imaginar futuros
Las obras que mencioné no pueden disimular el malestar de la artista.
No son obras en las que lo contemplativo haya sido el motor sino la reacción ante lo intolerable.
Actualmente y en paralelo a proyectos que continúan la línea crítica de las producciones anteriores está trabajando en lo que llama “Ofrendas”, que resulta el registro de un acontecimiento que vive la artista al caminar en distintos momentos por el territorio. La crítica del presente aquí se inclina por otro tipo de soporte poético.


No son obras en las que lo contemplativo haya sido el motor sino la reacción ante lo intolerable.
Maria José Melendo / Docente e investigadora
Eligió deliberadamente la llamada “Zona protegida de Paso Cordova” en la barda sur del Alto Valle. Se trata de una serie en proceso en la que combina lo experiencial de una caminata en la barda, el contacto con el territorio en un momento específico y donde escoge obras, acuarelas producidas recientemente que recorta y lleva un fragmento al territorio. Es allí donde algo ocurre, la artista compone una intervención, ofrece una ofrenda y fotografía ese gesto efímero. La obra es el registro de todas las fotografías tomadas desde un enfoque cenital. Ella menciona que le llama Ofrendas porque busca devolver al paisaje lo que se le ha quitado. En este registro las imágenes tienen un nivel de detalle grande porque busca desarmar el canon del cuadro ventana, la idea del paisaje frontal.
Es como si esas ofrendas fueran gestos simbólicos en los que se intenta debilitar intermitentemente el patrón antropocéntrico que se sirve y se ha servido de la tierra como una cantera. Las ofrendas son acciones pequeñas, moleculares que buscan señalar un camino posible en el que lo humano se imbrica con el territorio.
Parece entonces abrazar una actitud contemplativa inherente al campo del arte pero resignificada al mensaje y no a la forma de acceder a la obra. “Se mira pero no se toca”.
Me estaba por ir de su taller pero me intrigaron unos bocetos y quise saber de ellos. Se trataba de láminas que contenían acuarelas y dibujos que parecían emular los estudios taxonómicos de los que realiza la ciencia para la catalogación. En este caso había piedras representadas desde distintos ángulos. Las piedras estaban ordenadas por color y tamaño. Eran biseladas. Me contó que esas piedras las recibió su madre de regalo hace más de cincuenta años. Con ese tipo de piedras los pueblos originarios daban forma y filo a sus puntas de flecha.

Recordé un mensaje de los que intercambié con Gabriela en el que al responder sobre los temas que atraviesan su producción ella expresó que hubo en este territorio dos tipos de destrucción: “Primero el exterminio de las personas en la conquista del desierto y luego exterminio de la tierra con estas actividades económicas que se llevan adelante en la región y que contaminan el agua y el suelo”.
Aquellos bocetos encima de la mesa proponen futuros posibles de un hacer artístico como el de Gabriela que ensaya distintos procesos de la materia y diversos caminos para visibilizar al territorio como construcción humana, demasiado humana.
[1] Estudié Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Me desempeño como docente e investigadora en la Universidad Nacional del Comahue y en la Universidad Nacional de Río Negro. Vivo donde nací, en el Alto Valle de Río Negro.
[2] María José Melendo “Perla Silvetti: intérprete del palimpsesto patagónico”, en: Revista Aike, Roca-Fiske, Número 1, 2003, pp. 24-27.
[3] Gabriela Sacks, extraído de su página web. Inventario para un paisaje – Gabriela Sacks * Artista Visual. Río Negro. Patagonia. Argentina
[4] Destiempo – Gabriela Sacks * Artista Visual. Río Negro. Patagonia. Argentina
[5] Poema completo aquí: Poema-manifiesto de Gabriela Cabezón Cámara sobre el colapso ecológico – Siglo XXI Editores | Argentina
[6] Memoria de un Despojo – Gabriela Sacks * Artista Visual. Río Negro. Patagonia. Argentina
[7] In-Visible – Gabriela Sacks * Artista Visual. Río Negro. Patagonia. Argentina
Escrito por:

María José Melendo
Colaboradora Revista CUAD