La burbuja de Paloma Herrera 
Entrevista a Paloma Herrera
La burbuja de Paloma Herrera
Entrevista a Paloma Herrera

La gran bailarina repasó su vida desde el escenario de Fundación Cultural Patagonia, como invitada de lujo del Danzando, que organizaron IUPA y FCP. ¿Hay sacrificio cuando la danza, con todos sus ensayos, sus clases, sus horas de dedicación y sus esfuerzos, son tan naturales como el aire que se respira?.

Miércoles 17 de mayo de 2023. Paloma Herrera, la gran bailarina argentina, está sentada en el escenario de Fundación Cultural Patagonia, en uno de los dos sillones dispuestos para un conversatorio que guía la también bailarina Verónica Arévalo, durante la tercera edición del Danzando, el prestigioso festival organizado por el Instituto Universitario Patagónico de las Artes (IUPA) y Fundación Cultural Patagonia (FCP). Va vestida de impecable traje negro, con unos stilettos que muestran su empeine perfecto, trabajado, esforzado por años de andar en puntas de pie.
Ahí, sentada en forma natural y erguida a la vez, Paloma Herrera repasa su vida, la que comenzó a los 7 años, cuando supo, con una certeza ineludible, que iba a ser bailarina. Habla de igual a igual con una colega que también sabe de los esfuerzos, las rutinas, el trabajo con el cuerpo, de lo que significa ser bailarina: la propia Verónica Arévalo hizo un largo camino en los escenarios y en la danza.

La historia de Paloma Herrera es conocida, pero no deja de ser sorprendente que la niña que fue no haya dudado ni un segundo de su vocación. Que asistiera sin quejarse ni rezongar a sus clases de danza clásica con su inolvidable maestra Olga Ferri, que luego se graduara con las más altas calificaciones en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. “Siempre fui muy decidida. Nunca dudé en nada. Cuando empecé a bailar, lo hice porque quería. Cuando quise ir al Colón, hice el ingreso, feliz. Entonces cuando dicen que es una vida sacrificada, sí, obviamente que para lo que logré no hice un montón de cosas porque trabajaba un montón: a los 7 años jamás fui a un cumpleaños, porque para mí lo lindo era después del colegio ir a mis clases de danza. Entonces me invitaban a los cumpleaños y no podía ir. Y así millones de cosas”, dice, con una sonrisa natural en su cara, con el pelo recogido como debe haberlo llevado miles de veces en sus presentaciones. No hay rastros ni en lo que cuenta ni en su voz, ni en sus gestos, de ese sacrificio que se imagina desde abajo del escenario. Si es lo natural, ¿hay sacrificio?, ¿es necesario que lo haya?

Lo que repite Paloma Herrera es que ella vivió en su burbuja. Y que en esa burbuja fue, es, feliz. Todo el tiempo. También a los 15 años cuando, originalmente, se fue por seis meses a Nueva York a perfeccionarse: “Un día antes del día que tenía el pasaje de vuelta a Buenos Aires, había una audición del American Ballet. Yo era consciente de que no tenía chance alguna, porque no tenía papeles, no era americana, tenía 15 años y era super chica para entrar en una compañía profesional. Por eso supongo que me presenté. Para mí la compañía del American Ballet siempre fue lo más, era como un sueño. Cuando supe que había una audición, yo dije: ‘Me presento, no tengo nada para perder’. Lo único que quería era tomar una clase con esa gente. Con tal de ir y ver dónde trabajaban, de vivir esa experiencia… Y fui sin ningún tipo de presión, tomé una clase. Estaba fascinada. Cuando terminó la clase, me dijeron: ‘Te damos contrato’”. Y ella, una nena de 15 años, argentina, lejos de todo, dijo que sí, que claro.

Paloma tuvo que reorganizar su vida. Pasó de ser estudiante a ser una profesional en una de las mejores compañías de danzas del mundo, que con ella estaba incorporando a la primera latina en su cuerpo de baile. En otra ciudad, con otro idioma, con 15 años, pero con un apoyo que, repite ella muchas veces, es la base de todo lo que llegó a ser: sus papás. “Jamás tuve la presión de mis papás, que son maravillosos y me han dado la libertad de elegir y toda la confianza. Yo me fui a los 15 años y pudo haber sido cualquier cosa. Sin embargo, sabían que yo era feliz y que estaba ahí porque quería. Ellos siempre me decían: ‘El día que dudás, que extrañas, que no estás segura, te venís’. Entonces yo sabía que estaba ahí realmente porque quería”, dice, seguramente por enésima vez, aunque lo dice como si fuera la primera.

No hay una pizca de divismo cuando cuenta esa carrera deslumbrante que la llevó a bailar por todo el mundo, a ser la gran bailarina argentina. Cuando vivía en Nueva York, no se obnubiló cuando la eligieron para ser la tapa de la revista de The New York Times, en noviembre de 1994. Más bien, para sorpresa de quienes estaban a cargo de prensa en el American Ballet Theatre, a esta joven de dieciocho años, lo único que le preocupaba era poder volver a tiempo para su ensayo. No tuvo problemas y pudo hacer la tapa: como los fotógrafos necesitaban que hubiera una luz especial, la foto se hizo a las seis de la mañana. Esa foto recorrió el mundo. “Para mí, siempre, lo más importante eran mis clases, mis ensayos, mi arte, mi burbuja. Los premios, las tapas, las entrevistas no eran lo que me atraía”, dice Paloma. Y desde ahí, desde el escenario de FCP, irradia esa convicción.

La que habla es una mujer, ya retirada, para la que todo aquello que se ve como sacrificio desde afuera, era para ella el aire que respirar. Habla de cómo le sangraban los pies, cuando era chica y tenía que andar en puntas de pie horas y horas. Pero no lo dice con sufrimiento, ni con placer morboso, lo dice como quien sabe que para subir una montaña hay que escalar. Se lo cuenta a los alumnos de la región que la escuchan, obnubilados, con fascinación. Muchos de ellos tomaron antes la clase magistral que brindó para un grupo reducido. La vieron bailar en videos, siguieron su carrera por los medios, la idolatran. Para ella, tal como se los dice, no hubo sacrificio allí donde cualquiera vería renuncias y dolor y agotamiento físico. “Para mí, fue lo más natural del mundo”.

La que está ahí sentada, sobre el escenario, tan elegante como cuando bailaba, sonríe ante la emoción de Arévalo, contesta con tiempo, se engancha en las preguntas que hacen los alumnos que llenan el Espacio Cultural de FCP. Tiene la misma seguridad cuando habla de sus logros que cuando habla de su retiro. Cuenta con naturalidad el día que decidió que basta, que había llegado a esa zona física y emocional en la que la burbuja feliz podía transformarse en dificultad y lamentos. Como quien sabe cuál es el momento exacto de irse de una fiesta, decidió despedirse en plenitud de la danza clásica. Lo hizo en 2015, primero con el American Ballet. en el Metropolitan de Nueva York, con “Giselle”, y en octubre de ese mismo año con “Romeo y Julieta” en el Teatro Colón. “Lo hice convencida. Quería recordarme feliz”, dice, la cara relajada, con una sonrisa.

Después vino una autobiografía, que escribió ella misma, el lanzamiento de una línea de perfumes, y la conducción del Ballet Estable del Teatro Colón, un lugar al que renunció tras plantear algunas diferencias importantes y luego de cinco años, en enero del año pasado. “Fueron años muy duros”, dirá apenas de ese período. Y eso es, quizás, lo único que no suena perfecto en una historia de puros logros.

Pero ella, sonrisa amplia, el pelo tirante en un rodete atrás, alta, elegante, prefiere hablar de la felicidad de la danza con los alumnos que están ahí, niñas, jóvenes, adultos, que se paran para expresarle cuánto la admiran, para que los aconseje, para que les transmita algo de toda su experiencia. Y ella, que llegó a la cima con apenas 18, 19 años, tras escalar cada centímetro y que supo mantenerse allá arriba, mostrará mucho más que ese empeine perfecto, esa elegancia, esos movimientos suaves de los brazos, la cabeza erguida. Mostrará ese algo que no es sólo sacrificio, ni son sólo miles de horas de ensayos, ni quizás algunas renuncias y mucha técnica, y mucho talento. Mostrará que es dueña también de un magnetismo que seguramente ya tenía cuando a los 7 supo que quería ser bailarina.

Escrito por:

Veronica Bonacchi

— Jefa de redaccion Revista CUAD

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