¿La Generación X salvará al mundo del trabajo?
Columna de Tomás Balmaceda
¿La Generación X salvará al mundo del trabajo?
Columna de Tomás Balmaceda

Es hora de reivindicar la experiencia, dice Tomás Balmaceda, el filósofo, autor de esta columna y del libro “La Generación invisible”, tal como él llama a la generación X, los nacidos entre 1965 y 1980. Lo propone ante la crisis de talento que enfrenta el campo laboral: no importa el rubro, tamaño de la compañía o antigüedad, atraer a los jóvenes y lograr que se queden, resulta imposible.

No existe industria que hoy no esté hablando de la crisis de talento a la que nos enfrentamos: no importa el rubro, tamaño de la compañía o antigüedad, atraer a trabajadores jóvenes y lograr que se queden en sus puestos de trabajo resulta cada vez más difícil. Y es que millennials y centennials parecen no tener la misma actitud frente al empleo que sus padres y abuelos. Lo hacen con buenos motivos: las condiciones laborales actuales son peores que hace veinte años, con sueldos más bajos y sin posibilidad de acceder, por ejemplo, a créditos hipotecarios que permitan organizar de manera ordenada su futuro.

millennials y centennials parecen no tener la misma actitud frente al empleo que sus padres y abuelos. Lo hacen con buenos motivos: las condiciones laborales actuales son peores que hace veinte años.

La tragedia inminente de no saber cómo serán ocupados puestos claves en empresas dentro de cinco años viene siendo anunciada hace tiempo. Basta con ver los títulos de los últimos libros de management publicados, la oferta de cursos de posgrado en universidades de todo el mundo y las conferencias más exitosas para entender que el interés en el mundo de los recursos humanos parece haber girado, sobre todo tras los períodos de aislamiento por la pandemia, en cómo atraer y retener el talento de los más jóvenes.

Frente a esto, quienes tenemos más de 40 años volvemos a comprobar no sólo que somos invisibles frente una parte importante de la sociedad, sino que nuestra contribución y compromiso con el trabajo es percibido como un hecho esperable y, por lo tanto, que no merece ser destacado. Una vez más, la juventud y “lo nuevo” se presentan como valores que son percibidos como positivos per se: ¿qué vamos hacer ahora que veinteañeros y treintañeros no quieren volver a la oficina ni tener responsabilidades?

¿Qué vamos hacer ahora que veinteañeros y treintañeros no quieren volver a la oficina ni tener responsabilidades?

Es hora de reivindicar la experiencia. El experto en gestión del trabajo Wharton Peter Cappelli mostró en su ya clásico libro “Managing the Older Worker” cómo “cada aspecto del desempeño laboral mejora a medida que envejecemos” por lo que “la yuxtaposición entre el desempeño superior de los trabajadores mayores y la discriminación contra ellos en el lugar de trabajo realmente no tiene sentido”. Las investigaciones indican que quienes pertenecemos a la Generación X nos ausentamos del trabajo con menos frecuencia, tenemos menos accidentes laborales, trabajamos en armonía con los demás y son mejor calificados por sus supervisores que aquellos empleados más jóvenes.

Tal vez por haber sido educados para no sobresalir demasiado ni llamar la atención estamos siendo dejados de lado en las empresas y organizaciones a pesar de que deberíamos ser la generación que se ponga delante de los puestos más relevantes y con mayor toma de decisión. Es, cronológicamente, nuestro momento de brillar pero volvemos a vernos atrapados en una dialéctica entre boomers y millennials que nos invisibiliza.

Al no acceder a aquellos puestos que esperamos, quedamos estancados en posiciones que son muy buscadas por los más jóvenes e incluso hemos sido acusados de robarles esos puestos. Lo cierto es que la nueva longevidad del siglo XXI, junto con los cambios económicos y políticos de nuestro país y el mundo, hacen que el ciclo de movilidad ascendente que conocimos hasta hace algunas décadas se vea trastocado. 

Ahora que las personas deciden quedarse más tiempo en actividad, hay un cuello de botella que queda muy bien graficado en ámbitos como el académico, en donde los puestos de trabajo son escasos y la titularidad de una cátedra o el puesto de investigador garantiza un ingreso elevado mensual. No es fácil equilibrar la antigüedad legítima (el mayor conocimiento y experiencia de las personas mayores) con la ambición de los más jóvenes de ascender en los puestos pero en lugar de trabajar en busca de soluciones equitativas, muchas veces se plantea el asunto, una vez más, como una disputa entre los boomers y millennials. Una vez más, este enfrentamiento intergeneracional es funcional al ocultamiento de que lo que sucede es, al fin de cuentas, estructural: no hay suficientes puestos de trabajo para la masa activa de trabajadores y trabajadoras con la que contamos hoy.

Reclamar interés sobre nosotros, los X, no significa restarle importancia a los deseos de los más jóvenes. De hecho, debemos hacer un esfuerzo por comprenderlos sin estereotipos. Solemos describir a los millennials y los centennials como poco responsables y demasiado volátiles en situaciones de presión pero solemos olvidar se enfrentan a un mercado del trabajo más frágil y con mayores tasas de desempleo. Si miramos distintos marcadores sociales, en muchas ocasiones la cuesta es más empinada que lo que fue para nosotros.

solemos describir a los millennials y los centennials como poco responsables y demasiado volátiles en situaciones de presión pero solemos olvidar se enfrentan a un mercado del trabajo más frágil y con mayores tasas de desempleo

Quizá la mejor estrategia para neutralizar el impacto de la amenaza de los estereotipos y la discriminación por edad en los espacios de trabajo sea la más sencilla: promover prácticas positivas fomentando la diversidad en los equipos en función de la edad. Es lo que con Miriam De Paoli llamamos, jocosamente, diversi-edad: crear las infraestructuras y espacios para que personas de diferentes edades trabajen y aprendan juntas.

Integrar a nuestras prácticas y políticas de diversidad la diversidad generacional es el camino para crear espacios anti-edadistas. Cuando las personas tienen la oportunidad de conectarse genuinamente entre sí como seres humanos auténticos, las relaciones se desarrollan orgánicamente y se desafían los prejuicios. No se trata de un proceso fácil, ya que es necesario desaprender muchas falsas expectativas y enseñanzas con las que hemos convivido durante años. Tal vez el mejor atajo sea que las personas de diversas edades dediquen un tiempo a descubrir qué tienen en común entre sí. Es posible que los resultados sean sorprendentes porque compartimos mucho más de lo que creemos con aquel a quien percibimos como diferente y ese punto de encuentro consolidará una mejor relación, sin importar la edad que tengamos.

Escrito por:

Tomás Balmaceda

Tomás Balmaceda es Doctor en Filosofía, periodista y docente. Nació en la localidad de Campana, Buenos Aires, en 1980. Además de trabajar en áreas relacionadas con la filosofía de la mente y la filosofía de la tecnología y de dar clases de grado y posgrado en universidades nacionales, escribe para medios como La Nación, la revista Viva, el suplemento «Soy» e InfoTechnology. Conduce el podcast #Filosos y escribe el newsletter #SabiduríaPop. Es autor de”Los 90. La década que amamos odiar” (Ediciciones B, 2017) y, junto con Agustina Larrea, de “Quién es la chica. Las musas que inspiraron las grandes canciones del rock argentino” (Reservoir Books, 2014), “X. Generación Invisible: ni jóvenes ni viejos” 2022.

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