Podría haber sido otra cosa. Pero Guido Ferrari, ahí inmerso en ese paisaje tan de postal patagónica, creciendo al pie de las montañas y entre bosques, en Villa La Angostura, dibujaba. Por las suyas, dibujaba animales, y de noche, antes de acostarse, leía esos libros que traen reproducciones de cuadros de los grandes pintores. Guido Ferrari se dormía viendo a Monet, a Da Vinci, y se despertaba viendo el amanecer en la cordillera. Algo de todo eso debe haber hecho su alquimia.
Cuando tuvo 17 años, como muchos de los que nacen y se crían en el interior, se fue a Buenos Aires, estudió dos carreras (diseño gráfico y animación de cine) y trabajó. Mezcló las dos cosas y trabajaba horas y horas frente a una pantalla de PC para darle vida a unos dibujos que tenían poco de la naturaleza que llevaba en el ADN desde chico. Quizás fue la falta de ese aire lo que lo movilizó. Como sea, Guido cuenta que, aún después de ocho horas de trabajo, cuando volvía a su departamento en Buenos Aires, sacaba sus materiales de pintor y hacía lo suyo, lo que de verdad le gustaba hacer, aunque no hubiera paisaje del otro lado de la ventana. No al menos los paisajes en los que creció.
Algo ya había hecho su alquimia. Y además, como suele ocurrir, hay personas que cuentan. A veces parecen hechos pequeños, insignificantes, pero hay gestos, consejos, vivencias, que no sólo quedan marcadas, dejan huella. En el caso de Guido fueron sus abuelos paternos, que siempre lo impulsaron a hacer eso que tanto le gustaba, dibujar, pintar. “Me acuerdo de una cena con mis abuelos paternos, que yo había hecho un caballo y se lo regalé a mi abuelo Alberto (Ferrari). Yo tendría siete años. Y cuando vi la cara de él, cuánto le había gustado, se lo saqué y no se lo quería regalar. Me lo quería quedar. Esas cosas, la expresión de placer de mi abuelo ante ese dibujo, también fomenta la vocación. Mis dos abuelos estuvieron muy presentes en eso. Sobre todo mi abuelo paterno: él me ayudó mucho en la felicidad que me daba esto. Tengo los mejores recuerdos de eso. Me acompañó muchas veces”, cuenta.
La vida lejos de sus paisajes no era para él así que dejó el trabajo para volver a lo suyo, en la provincia de Neuquén. Y exactamente en ese momento, mientras daba el golpe de timón, lo llamaron de una galería en Nueva York que estaba interesada en sus pinturas, que habían visto en el sencillo blog que entonces tenía. La naturaleza estaba de su lado, y él siguió ese curso. Un curso que, después de una experiencia en Nueva York, lo llevó más lejos todavía. Recibió una invitación de una galería de Islandia y fue encadenando una con otra: siguió por Austria, Eslovaquia, Dinamarca, Francia, Bulgaria. Viajó en bicicleta, buscó paisajes, conoció gente, lugares, retrató esa naturaleza que tanto le gusta en momentos mágicos y también momentos ásperos, bajo tormentas de nieve, arrasado por algún viento. Trajo más cuadros, más experiencias, más vistas de un mundo al que hay que asomarse, o recorrer, para ver.
“En uno de mis viajes, en Berlín, una persona me frenó en el camino y sin conocerme, apuntando su dedo al atril, me dijo ‘Ese es tu pasaporte’. Esa afirmación me marcó ¿cómo alguien que no conozco y sin si quiera presentarse va a decir semejante cosa? Pero tenía razón: para mí, la pintura fue y es la puerta al mundo, y el pasaporte para conocerme a mí”, contó más de una vez. Su pintura, la que él hace, es “Au Plein Air” o “Al aire libre”. Guido no pinta la naturaleza, pinta junto a la naturaleza, que a veces se suma y deja su presencia en forma de nieve, lluvia, viento u ofreciendo sus colores y perspectivas únicas.
“Pintar al aire libre tiene un nombre específico en francés que es ‘plein air’ y que significa al aire libre. Viene del impresionismo, en la segunda mitad del siglo XIX, durante la segunda revolución industrial, que es cuando los artistas pudieron transportar sus instrumentos y pomos de pintura al aire libre, y terminar la obra al natural. De esa época y de ese movimiento impresionista yo rescato la vida conectada a la naturaleza y llevo mi oficio hacia allí, a una comunión, un estilo de vida que no me aleje de lo que considero el mejor alimento. Nos podemos alimentar de otras cosas como fama, poder, likes, pero no hay alimento como la naturaleza, el sol, el agua”.
Ahora, en este momento, está nuevamente en Villa La Angostura, su “lugar en el mundo”. Y pronto partirá nuevamente a Europa para dar un simposio de arte en Islandia. Pero antes, se dio el gusto de abrir una galería -Estancia de arte- en la Avenida Arrayanes 210 de su ciudad, para que otros que, como él, reflejen ese respeto por la naturaleza, tengan un lugar.
-¿Cómo empezaste en la pintura?
-Parte de mi vida está ordenada por el oficio de pintor, por la pintura en sí. De muy chico busqué la expresión, bailando incluso. pero en lo que me sentí mejor fue en la pintura. Nunca, desde que soy consciente, dejé de pintar y dibujar.
–Hay algo que describe mucho lo que hacés, que es la naturaleza: ¿una cosa vino con la otra?, ¿la vocación de pintar llegó junto con la vocación de retratar la naturaleza mientras estás ahí mismo, en la misma naturaleza?
-Es clave esa pregunta. Cuando yo me decido a pintar profesionalmente estaba viviendo en Buenos Aires Estudiaba y trabajaba. Estudiaba diseño gráfico y animación de cine. Y trabajé en ambas cosas, pero nunca me terminaron de llenar. Trabajaba en una empresa de videojuegos, de animador, y hacía muchos dibujos, pero me faltaba la naturaleza. Así que, cuando volvía a mi departamento, me ponía a pintar naturaleza.Y ahí tomé la decisión de volver a La Angostura a pintar lugares que veía, algo que había hecho de vez en cuando. Y ni bien tomo la decisión de ser pintor, me convocan a exhibir en Nueva York, como representante de pintura de la Patagonia. Entonces, me vine a La Angostura una temporada pintar. Recorrí los cerros, los lagos, algo que ya hacía antes de pintar, desde chico. Así uní mis dos pasiones, recorrer los lugares y pintar esos paisajes. Convergieron mis dos pasiones no sólo en una profesión sino en una filosofía de vida. No puedo vivir sin eso, no le encontraría el sentido. Ese año, 2016, es mi punto de inflexión.
Uní mis dos pasiones, recorrer los lugares y pintar esos paisajes. No sólo en una profesión sino en una filosofía de vida. No puedo vivir sin eso.
Guido Ferrari / Artista
-¿Cómo fue ese pasaje de decidir ser pintor profesional a exhibir en Nueva York?
-Es un contraste muy fuerte y duro. Yo tenía muchas expectativas de que el comercio del arte era otra cosa. Pensaba que quizás podría vender un cuadro a cualquier precio, Y aunque vendí obra y pude comprar insumos, uno no sabe con qué se va a encontrar en Nueva York . Después aprendí que la del pintor es una carrera como cualquier otra, que uno la construye y ve dónde se quiere meter y dónde no. El mundo del arte es complejo. Hay mucho lavado de dinero, precios sin límite, hay uso de los artistas como si fueran productos. Tuve entonces encontronazos: no sabía vender mi obra y en el fondo no quería, pero necesitaba comer y comprar insumos. Así, me quedé con un circuito de arte quizás más pequeño pero más familiero y de conexiones más humanas. No tanto con el comercio frío y especulativo, que lo hay. Ese método me funcionó en todo el mundo.
-¿De qué manera?
Porque me doy cuenta de que las conexiones humanas son las que siempre me abrieron las puertas y las que valoro y puedo mantener. A nivel comercial quizás no haya sido del todo conveniente porque es más acotado – hay que encontrar gente a la que le guste esto-, pero a mí me llena más conocer a alguien que le importe saber quién está detrás de la obra que alguien que sólo vea billetes.
-Pintar y pintar la naturaleza te llevó mucho más lejos. Fuiste tres veces a Europa. ¿Qué enseñanzas te dieron?
-El primero de esos viajes fue muy importante, incluso más importante que el de EE.UU. Fue un asentamiento de cómo yo quiero vivir en el arte. En Europa me encontré con que después de aniquilar a la naturaleza y de talar árboles, ahora hay de vuelta una comunión, un consumo más regional. No en las capitales, pero sí en las regiones; ahí se ve una comunión y un cuidado, y un respeto por la naturaleza que es valorable. Pensaba que me iba a encontrar con una realidad distinta, y lo que encontré me hizo sentir muy cómodo. Me abrieron muchas puertas. Desde entonces hice casi veinte exhibiciones en Europa; hice muy buenos contactos humanos, y me han enseñado mucho a cómo quiero yo manejarme en este oficio.
-¿Por ejemplo?
-Hice una exhibición en los Alpes, una de las más lindas que hice, junto a Reinold Capelli, que tiene una galería y hoy es un gran amigo. En un momento dado, estaba toda la familia ayudando a montar la exposición y amigos cocinando y ayudando. Y me dije: esto es, así me quiero manejar. No es algo frío para comercializar arte. Yo quiero esto, así. Se puede hacer, se puede hacer algo cálido y amable.
Otro ejemplo: en el primer viaje a Europa, que hice en bici, me frena una mujer en la calle y me pidió hacer una nota. La nota salió, la replicó una galerista y ella me invitó a exponer en su galería. Y a Reinold también lo conocí así. Yo estaba subiendo con la bici por una montaña enorme, buscando una vista del valle para pintar (era el Rätikon, una formación montañosa conocida en Vorarlberg), y cuando freno, me pongo a diseñar una pintura con una casita muy alpina y de fondo el valle. Desde la casita que iba a pintar, se acerca una persona para ofrecerme un café, y era Reinold, que hoy es mi amigo. Detrás de esa casita suya estaba su atelier y su galería. Me invitó el café, me invitó a su casa, y como él se iba de vacaciones me dio la llave para que me quede ahí lo que yo quisiera. me quedé dos semanas.
-Cuando vas al simposio, como ahora el que vas a dar a Europa, ¿qué decís sobre tu arte?
-Hablo de mis valores para retratar la naturaleza, de los tiempos naturales. Cada vez que uno contempla y va bajando un cambio, encuentra algo distinto en la naturaleza, un lenguaje distinto. Yo trato de expresar eso en cada pintura y en el ejercicio de pintar, como si fuera todo una meditación larga, desde que empiezo a planear la pintura, a preparar los materiales hasta que voy a la montaña y vuelvo.
Cada vez que uno contempla y va bajando un cambio, encuentra algo distinto en la naturaleza, un lenguaje distinto. Yo trato de expresar eso en cada pintura y en el ejercicio de pintar, como si fuera todo una meditación larga.
Guido Ferrari / Artista
-¿Cómo definís la naturaleza que retratas?
-Pienso que Neuquén es una provincia que nació para exprimir la tierra. Y exprimir en el mal sentido: el fracking, los negocios inmobiliarios. Ese método de uso político y social, ese uso tiene una duración finita. A la naturaleza hay que respetarla. Un folclorista dijo: el cuerpo nos han prestado y hay que devolverlo. Pero no hay que devolverlo con el cuerpito muerto, hay que devolverlo en vida, teniendo conciencia de que todo es prestado, de que todo lo que tu cuerpo es es tierra. La tierra tiene valor estético, tiene valor histórico, tiene valor. El mensaje de mi pintura es que esto es bello y hay que cuidarlo.
Escrito por:
VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD