La historia de Marianela Muñiz está hecha de cambios. Tiene apenas 31 años, pero acumula giros como quien se deja llevar por la música mientras busca el ritmo propio, como quien muda de piel. A los 17 quiso ser diseñadora de indumentaria, pero un trabajo de registros fotográficos en esa carrera que cursaba en la UBA, la hizo cambiar a Imagen y sonido. Siempre le gustó y le sigue gustando la contagiosa vitalidad de los colores, pero acaba de ganar el primer premio del concurso nacional organizado por Fundación Bunge y Born por una fotografía completamente blanca que retrata ese estado de soledad y cansancio de la pandemia. Del vestuario colorido se corrió al autorretrato, despojada de ropa. Ella, que se dedicó durante mucho tiempo a fotografiar a otros, a otros muchos, hoy pone su propio cuerpo al servicio de su cámara. Y algo más: vivía en Buenos Aires, donde trabajaba en lo suyo, y el encierro y aislamiento de 2020 y la incertidumbre del 2021 la hicieron tomar, junto a su pareja, una decisión drástica: dejar el dos ambiente del barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, para trasladarse a los horizontes blancos y desmesurados de Bariloche. No son tiempos de quietud; Marianela se sube al tren del movimiento.
“La idea de mudarme con mi pareja a Bariloche apareció en agosto de 2020, al mismo tiempo que realizaba la primera serie de autorretratos. Fue un momento bisagra en mi vida, sin duda. Hacía alrededor de seis meses que estábamos aislados en el dos ambientes de Villa Crespo. Juani trabajaba de forma remota y yo recién estaba por volver muy de a poco al estudio de televisión donde trabajaba. Era un viernes, a la tarde. Surgió primero como un delirio y después fue tomando forma de «y por qué no?», condensa Marianela esas decisiones que literalmente cambian la vida.
¿Y por qué no?. La pregunta empezó a horadar todo. “Me pesaba sobre todo la idea de un futuro en Buenos Aires: yo quería estar en un lugar más en contacto con la montaña, y más tranquilo. Juani me dijo que hacía unos meses le había empezado a dar nostalgia de su vida en Bariloche y le daban ganas de volver en algún momento. Por otro lado, yo hacía tiempo que tenía ganas de probar otra cosa, sentía que había cumplido un ciclo en mi ciudad natal: había terminado la carrera, había trabajado ocho años en televisión, había sacado un crédito hipotecario y ya era tiempo de perseguir otro objetivo”.
Esas preguntas que empiezan chiquitas, amorfas, a veces toman cuerpo y empujan hacia adelante. A Marianela y a su pareja, Juani, nacido y criado en Bariloche, les pasó: cuatro meses después de haberlo planteado, ahí estaban los dos, con el auto cargado, sus dos gatos y el enorme enigma del futuro post pandémico y cordillerano por delante.
“Llegamos a Bariloche el 30 de enero de este año. El viaje fue una odisea porque vinimos en el auto cargado hasta el techo y con los dos gatos. En la ruta del desierto rompimos una cubierta con un tremendo pozo y eso nos demoró un poco, pero por fin lo conseguimos. La casa donde vivimos actualmente necesitaba varios ajustes, así que nos pusimos a trabajar ni bien llegamos. Durante casi un mes tuve la sensación de estar de vacaciones, no terminaba de entender bien dónde estaba y por qué estaban mis gatos acá. Cuando llegó el camión de mudanza y fue más urgente empezar a acomodar los muebles, de a poco fui cayendo”.
Ese ir cayendo incluyó la búsqueda de trabajo en la nueva ciudad, que ya no era una postal ni un destino de vacaciones. Y también la posibilidad de sumarse al concurso Bunge y Born del que terminó siendo ganadora.
Marianela estaba acostumbrada a crear con una paleta de colores enorme y con muchos modelos. “Había empezado a asistir a una clínica de obra virtual con Mariano Balbuena y Diego Cosettini, dos artistas visuales que admiro mucho, porque quería hacer algo con todo ese tiempo libre que de pronto tenía a mi alcance por el cese de actividades no esenciales. Sucedió que frente a la imposibilidad de trabajar con modelos, me vi forzada a poner mi cuerpo frente a la cámara. Al comienzo fue con algo de disgusto. No poder controlar enteramente la situación me molestaba, usaba el timer de la cámara y corría entre pose y pose, sin conseguir algo que me gustara. Me sentía torpe, los gestos faciales eran muy grotescos y hasta de enojo, no me servían. Además, las primeras tomas eran con vestuario, ultracolorido como me gusta, pero no funcionaba. Hice una segunda sesión y decidí despojarme del vestuario. Algo cambió. Tal vez me sentí más libre, o todo se tornó más simple. Un cuerpo y un living pequeño de un departamento, idas y venidas corriendo entre disparo y disparo. Y algo apareció de repente: me empecé a divertir, y por sobre todo empecé a ubicar mi cuerpo en el espacio de tal forma que se viera como yo quería. Tiempo después surgió esta primera serie de autorretratos que titulé «La Corporación». Hice seis fotos, una por cada pequeño espacio en mi departamento: living, comedor, cocina, baño, habitación y balcón. Me propuse utilizar el mobiliario disponible y ponerme a prueba en situaciones incómodas. La más difícil de hacer fue la del balcón porque me daba vergüenza que me vean los vecinos y encima era invierno, pero fue super divertido. Después le sumé un texto que expresa cómo me sentía en ese momento con respecto a los hábitos instalados por el sistema del trabajo y la productividad”.
La Corporación, como se llama ese trabajo, está inspirada en dos libros, “El aroma del tiempo”, y «La sociedad del cansancio», del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Marianela experimentó con su cuerpo y su cámara para dejar huella de esos días de desazón, pero sobre todo, para responder de alguna manera a esa necesidad de llenar un vacío.
“Ante la suspensión de aquello exterior que ordenaba mi tiempo, me convierto en mi propia corporación que me exprime sin descanso entre muebles y paredes de los que no puedo escapar”.
Marianela Muñiz / Fotografa
Según el filósofo, esta presión por el rendimiento genera depresión en la sociedad actual: «En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento”, escribe y cita a Han, en ese trabajo que alimentó sus días pandémicos.
“Fue a partir de esa serie que empecé a darle más lugar a mi cuerpo dentro de la imagen. Ese descontrol que me generaba el hecho de no tener dominio de la situación, se convirtió en posibilidad para entregarme al juego y no saber a dónde puede derivar. Incluso resulta terapéutico, es un ejercicio de confianza y autoconocimiento. Luego de una sesión de autorretrato suelo quedar cansada físicamente, pero agradecida y feliz por haberlo hecho”, se sincera.
El 27 de abril, cayó la primera nevada del año en Bariloche. Al día siguiente, Marianela se fue a un negocio que vende indumentaria médica y compró uno de esos trajes de aspecto espacial que usaban los equipos de salud para aislarse del Covid. Y en medio del manto blanco que cubrió el barrio en el que vive ahora, Las Victorias, posó para su creación: “Autorretrato en blanco”. “Me imaginé a este personaje sin género abatido por un contexto un tanto distópico, tratando de acercarle las sensaciones que he tenido estos últimos años de pandemia”, resume.
Junto con la foto de Marianela, se presentaron otros 175 trabajos de todo el país. «Se observa en el conjunto de presentaciones que la pandemia nos ha llevado a trabajar más en soledad, muchas de las imágenes tienen un eco de ese gesto o buscan representar climas, escenas o elementos significativos que pasaron a conformar el paisaje cotidiano. Aparece también el desconcierto y la búsqueda de la belleza dentro de esa situación”, concluyeron los artistas integrantes del jurado Florencia Blanco, Fernando Farina y Julio Sánchez Baroni. El 6 de julio, el jurado eligió el trabajo de Marianela como ganador.
Mudanza, cambio y premio son apenas eslabones de un proceso que la pandemia puso en marcha. De la mudanza, aprendió a convivir con un paisaje de estepa. “Antes de venir estaba un poco encaprichada con los kilómetros, quería vivir en la zona de bosque, pero ahora estoy enamorada de este paisaje. Me encanta salir a pasear por los senderos de bicis y moto cross que se abren en estas varias hectáreas descampadas entre la Esandi y Las Victorias. Cuando cae el sol y empieza a respirarse el aire fresco pienso lo privilegiada que soy de haber podido hacer este movimiento y ver toda esta belleza. No quiero naturalizar el lugar donde vivo, quisiera sorprenderme cada día y agradecer”.
Su vida de artista visual, dice ella, sigue “en plena construcción”. “Lo único que se va haciendo evidente es la temática sobre la que trabajo: lo femenino, principalmente el cuerpo pero también están empezando a aparecer algunos rasgos de animalidad y fantasía en lo que hago. Otro tema clave es el color, me interesa mucho como línea estética, me produce mucho disfrute visual. Y en general no sé muy bien qué es lo que estoy haciendo con mi obra, por eso no me gusta hablar demasiado del sentido ni dar muchas explicaciones. Lo hago porque me divierte y porque me sale de adentro como una pulsión. Hay fotos que las sueño y cuando me despierto trato de recordarlas o las escribo así no las olvido. Otras tantas se me vinieron a la mente de golpe como una visión. Pero la mayoría salen de la práctica. Hay días que estoy más inspirada o con ganas de jugar y tomo algún elemento y empiezo a tirar fotos. Las poses y las formas van apareciendo solas. La conocida frase de Picasso es clave y es real: “que la inspiración te encuentre trabajando”.
Ahí está ella, en pleno cambio, en un nuevo territorio. Con su cuerpo, su cámara, y su inspiración. Trabajando.
Escrito por Veronica Bonacchi