Diseñar a Tita
Desmontaje de Obra: Sebastian Delmastro
Diseñar a Tita
Desmontaje de Obra: Sebastian Delmastro

Un viaje visual al corazón arrabalero de Buenos Aires.

Sebastián Delmastro no vio lo que ocurría sobre el escenario. No tenía manera. Estuvo ahí, a un costado, con su mirada concentrada en los monitores que tenía delante, atento a un proceso que exige precisión quirúrgica. “Estaba a un costado del escenario, controlando todo. No vi cuánta gente había ni escuché los aplausos”, dice. Lo suyo fue otra cosa: ver sin mirar, imaginar lo que otros iban a ver.

Licenciado en diseño visual por la Universidad Nacional de Río Negro, Sebastián lleva siete años trabajando en Fundación Cultural Patagonia (FCP). Empezó elaborando piezas gráficas, afiches para las obras que se presentaban, volantes para conciertos. “Yo soñaba con los pósters de películas cuando era chico. Era lo que más me fascinaba. Esos mundos comprimidos en una imagen”, dice. Cuando ingresó a la universidad, el plan de diseño gráfico había sido reemplazado por diseño visual: una apuesta más amplia, más versátil. “Y eso fue una suerte. Me dio herramientas que van más allá de lo impreso. Me permitió pensar lo gráfico en movimiento, en escena.”

Esa transición cobró sentido en “Tita de Buenos Aires”, una puesta del grupo de Teatro de FCP que es, al mismo tiempo, homenaje, experiencia sensorial y ejercicio de arqueología emotiva. Desde el inicio, el equipo supo que no podía limitarse a retratar. Había que traducir. No ilustrar a Tita Merello, sino proyectar su intensidad. Su contradicción. Su espesor. Eso hicieron con el espectáculo que se estrenó a fines de mayo y que llegó también a Bariloche.

Tita Merello, de ella se trata, nació en 1904, en un conventillo de San Telmo. Se crió entre patios comunitarios, escaleras herrumbradas y el murmullo constante del tango popular. Pasó su infancia en hogares de caridad, sin una madre presente, con un padre muerto de fiebre amarilla. Se hizo sola. A fuerza de decir, de cantar, de no pedir permiso. En los años 20 fue de las primeras mujeres que se animó a cantar tango en un mundo de hombres. Su voz raspada, su fraseo arrabalero, su mirada de cuchillo: Tita inventó un modo. Y después fue cine, fue teatro, fue gesto inolvidable en Arrabalera, en Los isleros, en Filomena Marturano. Fue figura y fue fondo. Fue Buenos Aires.

La puesta en escena de “Tita de Buenos Aires”, dirigida por Tato Cayón, convocó al ensamble Tango FCP —con músicos de la Fundación y la poderosa voz de Andrea Alberelli— para recorrer los grandes himnos de su repertorio: Se dice de mí, El choclo, La milonga y yo, Arrabalera. Y en paralelo, Sebastián y el equipo que lo acompañó, idearon un universo visual que no imitara, sino que evocara.

“Queríamos salir de lo literal. No bastaba con proyectar una foto vieja. Había que construir una atmósfera que dialogara con ella.”

Sebastián Delmastro

El mapping fue la clave. No un recurso técnico, sino un lenguaje. “Con el mapping -explica Sebastián- podés segmentar una imagen sobre una forma física y proyectar sobre ella lo que quieras. Lo interesante es que el punto de vista lo cambia todo: desde un lugar ves una cosa, desde otro, otra totalmente distinta.” Lo lograron con rectángulos simples, dispuestos con cálculo y poesía, y así crearon un juego de sombras, luces y texturas que multiplicaba la figura de Tita en escena.

No fue sencillo. “Trabajamos varios meses para encontrar el tono justo. Primero con el guion visual que armó Tato Cayón, después con la edición de Gisela Pincheira y Pilar Rey, y el trabajo en equipo junto a Fernando Sánchez, y las dos personas que formaron parte de la puesta en escena: Karina Acosta y María Luz Pérez. Había muchísimo material de archivo, pero no todo servía. Teníamos que elegir lo que dijera lo que queríamos decir.” La consigna no era documental. Era poética.

La tensión no terminó con la edición. La puesta necesitaba la complicidad exacta de la cantante. “Había momentos donde su participación era clave para que lo visual tuviera sentido. Por ejemplo, destrabar una tela en el momento justo para que se proyectara la imagen. Fue una apuesta. Y salió muy bien”, dice ahora, orgulloso del resultado.

El proceso fue de ensayo y error. “Pensás algo, lo armás, y cuando lo ves en escena, quizás no funciona. Entonces lo cambiás. Probás otra cosa. A veces lo que no esperabas termina siendo lo que mejor funciona.” Sebastián habla de esos ajustes como si fueran afinaciones invisibles: pequeñas decisiones que mueven estructuras enteras. “La idea que tenías en la cabeza al principio nunca es la que se ve al final. Y eso está bien. A veces, es mejor lo que se ve al final.”

El equipo que conformaron ya no es sólo operativo, es identitario. “Funcionamos como una célula. Desde el primer afiche hasta la última imagen proyectada. Todo lo que ve el público lo imaginamos desde cero. Si una de esas partes se cae, tambalea todo. Por eso ahora cuesta pensar el trabajo de otra manera.”

Diseñar a Tita, entonces, fue algo más que proyectar. Fue convocarla. Hacerle lugar. Transformarla en imagen viva y fugaz, que no se deja atrapar pero que ilumina de todos modos. “Lo que hicimos fue una experiencia audiovisual con música en vivo”, resume Sebastián.

No es casual que Sebastián no haya visto el espectáculo. Él está ahí, invisible. “En general estoy en lo que llamamos la cueva: un cuartito con pantallas, referencias técnicas, cables. Solo veo lo que pasa en una pequeña porción del escenario. Pero trabajamos para eso. Para que la gente vea algo que valga la pena.” Y lo dice sin queja, con la serenidad de quien asume que su oficio es invisible para que la magia no lo sea.

Escrito por:

REVISTA CUAD

Equipo de redacción

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