Don Quijote: amor, alegría y entrega
Desmontaje: Ballet “Don Quijote”
Don Quijote: amor, alegría y entrega
Desmontaje: Ballet “Don Quijote”

El Ballet Clásico y Contemporáneo FCP, dirigido por Verónica Arévalo Schiavo, dio seis funciones de “Don Quijote” , con más de cuarenta bailarines en escena para narrar una historia alegre, divertida y clásica.

Seis funciones. Localidades agotadas. Más de cuarenta bailarines en escena. Sobre el escenario del Auditorio "Dr. Tilo Rajneri", Fundación Cultural Patagonia convirtió “Don Quijote” en un fenómeno escénico que desbordó el ballet y abrazó la comedia, la actuación y la fiesta, una amalgama contagiosa para el público. Dirigida por Verónica Arévalo Schiavo, también responsable de la reposición coreográfica, la obra interpretada por el Ballet Clásico y Contemporáneo FCP fue mucho más que una puesta: fue una celebración. 

La obra se inspira en el episodio de “Las bodas de Camacho”, del segundo tomo del “Quijote”, donde su autor, Miguel de Cervantes, abandona por un momento la figura del caballero errante para sumergirse en una escena popular, casi costumbrista, y revolucionaria para la época. Lo que cuenta Cervantes no es sólo una historia en la que el amor se impone al interés y el dinero, sino una historia en la que una joven es capaz de decirle no al mandato paterno. La protagonista es Kitri (Quiteria en el libro), que está comprometida con Camacho, el hombre más rico del pueblo, aunque ama secretamente a un pobre barbero, Basilio. Lorenzo, el padre de la joven, está feliz por anunciar esa boda, que será fastuosa. Al enterarse de los preparativos, Basilio idea un plan. 

Don Quijote y Sancho Panza observan, intervienen, piensan distinto, y finalmente celebran la astucia del amor sobre la pompa del dinero. Es un pasaje que condensa la tensión entre apariencia y verdad, entre espectáculo y deseo genuino. Y es allí donde el ballet encuentra su núcleo. El libreto fue adaptado por Marius Petipa, en el que la protagonista es Kitri, una mujer alegre y valiente, capaz de decir no. Una verdadera heroína para la época: fue estrenada en 1869.

“Es una obra que todo bailarín sueña realizar”, dice Arévalo, y en su voz hay algo más que entusiasmo: hay convicción. “Tiene una energía muy especial, es alegre, dinámica, con personajes que se cruzan, se enfrentan, se reconcilian. Es una historia de amor, pero también de comunidad. Y eso se siente en cada función.” 

La puesta incluyó tres repartos para los roles principales de Kitri y Basilio, cada uno con su impronta y su historia detrás. Luna Montoya y Máximo Nieto (que audicionó para el ballet del Teatro Argentino de La Plata y ha quedado seleccionado) ofrecieron una interpretación vibrante, marcada por la precisión y la frescura. Catalina Minardi compartió escenario con Miguel Ángel Klug, primer bailarín invitado del Teatro Argentino de La Plata, cuya presencia aportó jerarquía y oficio. Pero fue también Catalina quien protagonizó una función junto a Doyel Crededio, joven bailarín de la institución que comenzó como asistente en los ensayos previos a la llegada de Klug. “Lo de Doyel fue muy emocionante”, cuenta Arévalo. “Ayudó a Catalina en los ensayos, y su crecimiento fue tan notable que decidimos darle una función. Fue un reconocimiento a su entrega, a su evolución, a su compromiso con el rol.”

Ese gesto de confianza, de apertura, de permitir que el talento emergente se pruebe en escena, habla de una ética de trabajo que atraviesa todo el montaje. “Todos estábamos preparados mental y físicamente”, dice Arévalo Schiavo. “Había ansiedad, adrenalina, pero sobre todo había una energía que anticipaba que nada podía fallar. La energía de estar haciendo lo que amamos, y la alegría de poder celebrar la danza con una obra que sólo los grandes teatros pueden subir a escena, generó un trabajo en equipo muy ameno y disfrutable.”

La directora no escatima en detalles. Habla de la coreografía como si fuera partitura, de los movimientos como si fueran frases. “Don Quijote tiene una estructura muy marcada, pero también permite jugar. Hay momentos de humor, de tensión, de ternura. Lo que buscamos fue que cada bailarín entendiera no solo qué pasos debía ejecutar, sino qué historia estaba contando.”

“Incorporé ciertas rivalidades entre algunos personajes, juegos de celos, momentos de tensiones y momentos de reconciliaciones y festejos. Aunque en obras como estas no es común el habla, me tomé el atrevimiento de lanzar palabras y gritos que tienen que ver con la alegría y el festejo propio del pueblo en las calles. Por lo general las puestas más conocidas finalizan la obra con el Grand Pas de Deux, que es la última pieza  donde los protagónicos muestran su virtuosismo, y seguidamente se cierra el telón. En esta puesta, se celebra una boda. Los invitados terminan festejando y danzando in crescendo de acuerdo a la partitura musical. Otra impronta es que Camacho, el rico noble, termina haciendo las paces con Basilio, su rival, entendiendo que su prometida no está  enamorada de él, entonces el entendimiento y el amor prevalecen en la trama”, cuenta. 

En un auditorio sin maquinaria escénica, cada cambio de escena se hace a mano. Cada telón, cada entrada, cada transición exige precisión y coordinación. Pero la magia sucede. Porque hay algo profundamente ético en insistir con la belleza, en formar bailarines que no solo ejecutan, sino que interpretan, que encarnan lo que se cuenta en escena.

La obra, como el pasaje cervantino, celebra la astucia del deseo frente a la rigidez de los mandatos. El cuerpo de baile no posa: se involucra, se multiplica, se vuelve lenguaje. La danza no ilustra el texto: lo encarna. Y en esa encarnación, el Quijote se vuelve contemporáneo. No el héroe melancólico, sino el testigo lúcido que defiende el amor verdadero, la alegría compartida, la fiesta como forma de justicia.

“Hay algo muy especial en esta obra”, insiste Arévalo. “Don Quijote” es la segunda obra que presenta el ballet de FCP, luego de “El lago de los cisnes”, estrenada el año pasado. “El Lago de los Cisnes es un ballet muy blanco, muy romántico, donde los cisnes son seres totalmente etéreos, sumisos, muy reflejo del romanticismo de la época. Don Quijote es totalmente distinto. Acerca más la propuesta a la gente del pueblo. Es bien terrenal”. Es cierto todo lo que dice. La puesta requiere de cambios emocionales además de cambios de telones, y de iluminación. 

La ovación final, con el público de pie, da muestras de todo eso. Fue por la entrega, por la emoción, por el gesto de montar una obra clásica, cerca de la gente.  

Escrito por:

VERONICA BONACCHI

Jefa de Redacción Revista CUAD

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