Hubo una época en la que el cine corría a la misma velocidad que la tecnología. A veces, incluso, osaba adelantarse. Mundos con innovaciones que la ciencia era incapaz de concebir, historias en años y hasta siglos por venir en los que los realizadores pensaban cómo sería el planeta. Hoy es mucho más difícil, la tecnología avanza a pasos agigantados y el cine, aquel preocupado más por el futuro que por el presente, no puede siquiera imaginar qué sucederá en la próxima década.
La Inteligencia Artificial es la principal responsable de una tendencia que provoca que muchos autores eviten hacer futurología. Su avance es tan veloz y desenfrenado que los realizadores más consagrados prefieren revisar el pasado, incluso antes que leer el presente. Sin embargo, de IA ya se hablaba mucho antes de ChatGPT.
Estrenada en 1991, Terminator 2: el juicio final alerta sobre los riesgos sistémicos que podría generar la falta de regulación de la Inteligencia Artificial. La misma película comienza con una advertencia: es 2029, más de 3 mil millones de personas murieron por un desastre nuclear y las máquinas se rebelaron contra los humanos. La historia se sitúa en 1995, treinta años antes de aquella guerra.

La resistencia es en el pasado y es contra la tecnología. Además de combatir con el T-1000, Sarah Connor, la heroína de la primera entrega, su hijo John y T-800 (Arnold Schwarzenneger, que abandona su rol de villano) deben impedir que un ingeniero de Skynet desarrolle el microprocesador base de la IA que después intentaría dominar el mundo.
“Se los advertí y no escucharon”, dijo Cameron en una entrevista reciente al expresar su preocupación por el avance de la tecnología. Para él, la actualidad es una era de ciencia ficción. La IA es capaz de realizar lo que apenas unos años antes hubiese sido propio de una distopía.
“Estoy teniendo muchos problemas para escribir ciencia ficción. Tengo la tarea de escribir una nueva historia de Terminator. No pude avanzar mucho en eso… No sé qué decir que no vaya a ser superado por los acontecimientos reales”, explica sobre su incapacidad de concebir una secuela.
Steven Spielberg es otro realizador que siempre puso los avances tecnológicos al servicio de su cine. En Jurassic Park, es pionero en la utilización del CGI (efectos generados por computadora) para revivir a los dinosaurios. En 2001, estrenó A.I Artificial Intelligence, una distopía que guarda relación con la obra de Cameron en su advertencia tecnológica.

Lo curioso es que se trata de una obra concebida por Stanley Kubrick en los setenta y que nunca llegó a filmar porque los avances de los efectos especiales no eran lo suficientemente realistas para construir al personaje principal, un robot que él creía que ningún niño podría interpretar. Steven Spielberg encontró en Haley Joel Osment a su David, un humanoide formateado para amar que llega a la familia Swinton como reemplazo de Martin, un chico en animación suspendida.
Si Cameron piensa los riesgos a una escala global, Spielberg (y Kubrick) lo hace en la intimidad, ¿qué sucede cuando se genera una dependencia afectiva con la tecnología? En ambas, hay una advertencia sobre la IA dominando la forma de relacionarse de los humanos. En ambas, una necesidad de que exista un botón de apagado.
Ni Cameron ni Spielberg parecen entusiasmados por filmar el presente. El primero no lo hace desde True Lies, estrenada en 1994. El segundo, desde 2005, cuando llegó a los cines War of the Worlds, una distopía en la que alienígenas invaden la tierra y que guarda una estrecha relación con el atentado a las Torres Gemelas, episodio traumático que motivó la realización. Desde ese entonces, menos Ready Player One, todas sus películas son de época.

No se trata de una excepción casual: Ready Player One también es una distopía. Transcurre en el 2045 y los humanos escapan de una sombría realidad en un oasis virtual en los que se convierten en un avatar. Es una advertencia sobre la dependencia de la tecnología que se emparenta con A.I Artificial Intelligence, solo que a través de los videojuegos.
Obviando este caso, son varios los directores de renombre que no realizan películas en el presente desde hace varios años. Es el caso de Quentin Tarantino, Wes Anderson, Martin Scorsese y Guillermo del Toro, que no lo hacen, como mínimo, desde 2007.
Paul Thomas Anderson es un caso especial, porque después de varios años retornó al presente, aunque sea alternativo, con One Battle After Another, estrenada en septiembre de este año. Se trata de una sátira que bien podría ser una distopía, pese a que la película se niega a establecer el tiempo en que transcurre la historia. No es futurología ni intenta serlo: al realizador le interesan temas sociales que siente más actuales que nunca.
Además de la preocupación por el avance de la tecnología, existe otro problema narrativo y estético que fuerza a que muchas historias se sitúen en el pasado: los celulares. Robert Eggers, que irrumpió a la fama en 2015 con The Witch, se niega a filmar una historia anclada en la actualidad. “La idea de tener que fotografiar un coche me pone enfermo. Y la idea de fotografiar un teléfono móvil es simplemente la muerte”, sentenció.

Pero Anderson logra darle una vuelta de tuerca para que su utilización sea verosímil dentro de la trama, pasando por varios teléfonos, celulares y dispositivos móviles, y logrando que tenga una resignificación en el arco de sus personajes. Sin embargo, no hay mención de la IA.
Existen otras películas que quieren abarcar todos los temas del presente: la inteligencia artificial, los celulares, la peligrosa combinación de ambas en manos de las personas equivocadas. Es el caso de la última Superman, dirigida por James Gunn y estrenada este año. Pero, si bien es posible calificarlas como distopías, son obras que se estrenan en presentes alternativos o futuros cercanos en los que se modifican pocos aspectos de la realidad.
Son realidades que los espectadores reconocen, tecnologías no muy alejadas de las contemporáneas. Es un cine que la ciencia probablemente sea capaz de concebir, que el espectador no siente extraño ni innovador. Esta tendencia las aleja de lo que hacían Spielberg o Cameron, o de lo que había hecho Kubrick muchos años antes con 2001: una odisea en el espacio, en la que HAL 9000, una supercomputadora impulsada por IA toma decisiones en una misión a Júpiter sin consultar a los humanos.
Las obras futuristas siempre fueron utilizadas para hablar de la actualidad. Mientras que antes películas como 2001 podían adelantar la monotonía y el control que ejercen las inteligencias artificiales, y hasta generar que los espectadores abandonen las salas por el hipnótico diseño de HAL 9000, hoy corren peligro de ser superadas al día siguiente por los acontecimientos. Así, el cine distópico se convierte en un cine del presente.
Escrito por:
 
			ROCCO AVENA
Colaborador Revista CUAD
 
				


