El sujeto entre el descarte y el goce
Clínica de los restos en la cultura del hiperconsumismo
El sujeto entre el descarte y el goce
Clínica de los restos en la cultura del hiperconsumismo

¿Qué es la basura o resto para el psicoanálisis?¿Qué pasa en la cultura posmoderna actual y las nuevas presentaciones sintomáticas? ¿Hay una articulación entre el hiperconsumismo y la clínica de la angustia? ¿La contaminación es sólo ambiental? En la práctica clínica actual se observa una creciente sensación de vacío, de angustia sin nombre, de sujetos que se sienten reemplazables o descartables. Este fenómeno no puede pensarse al margen del discurso social dominante: el del hiperconsumo.

La basura como lo descartable, el desecho, el resto, como síntoma del capitalismo tardío

En la sociedad actual el consumismo acrecienta el nivel de basura y la contaminación ambiental. Esta condición social, no sólo afecta a la naturaleza, sino también a los propios sujetos, ya que el consumo lleva a más consumo, a más compulsión, a más desechos. Esta basura produce efectos, no sólo ambientales, como escasez de recursos naturales, sino efectos sintomáticos. 

La época actual es de hiperconsumo, esto lleva a que los productos que se realizan sean con un tiempo de uso mucho menor a épocas anteriores; es decir, un lavarropas se cambia cada 2 años, o a lo sumo 5 años, antes el lavarropas era para toda la vida. Esto sucede con casi la mayoría de los electrodomésticos y tecnología. También pasa con la ropa, con accesorios de moda, y también con la gente: efectos sintomáticos en la subjetividad, como angustia, compulsión, vacío.

El circuito de consumo no sólo se reproduce en el plano económico, sino también en los modos de vinculación y elección amorosa. Las plataformas de citas que se usan ahora, también tienen esta modalidad de goce de consumo, del descarte. Las personas representadas en imágenes se pasan una tras otra, el scroll, y se descartan aquellas que no les gustan. Una plataforma que se basa en lo imaginario, y que además presentifica lo que se descarta. Si a una persona X, no le hacen match por mucho tiempo, se preguntará ¿por qué nadie me elige? ¿Qué lugar ocupo en el deseo del Otro?

La basura, lo que se desecha, no es sólo lo material, no son sólo residuos de componentes concretos y tangibles, sino también restos simbólicos que representan a los sujetos, que manifiestan el malestar en esta cultura de consumo y de desecho, de un goce que nunca cesa, compulsivo, repetitivo, totalitario. Lo que no se usa se descarta, lo que no se ve no existe. Entonces el sujeto se pregunta, si todo es tan rápidamente descartable, ¿cómo es que yo no lo soy?. 

El circuito de consumo no sólo se reproduce en el plano económico, sino también en los modos de vinculación y elección amorosa.

En la posmodernidad todo se vuelve efímero, los objetos, los vínculos, el propio cuerpo. Las personas se vuelven desechables. En la modernidad líquida, todo vínculo se evapora al ritmo del consumo. 

La intolerancia a la frustración o en algunos casos la negación de la castración lleva a la ilusión de que todo se puede, que no hay límites, y en esa ilusión también aparece la angustia cuando algo dice “hasta acá”, un punto de basta que le resulta insoportable al sujeto, porque el imperativo es “Goza”, a toda costa, no pares, seguí. El sujeto contemporáneo, desanclado de los referentes simbólicos tradicionales, busca en el consumo un modo de suturar la falta estructural. Pero el imperativo del goce —ese ‘¡Goza!’ del discurso del Amo— sólo reproduce el vacío que intenta colmar.

Hoy en día, la construcción de los vínculos se encuentra con ciertas dificultades, ya que para poder construir hay que soportar la falta del otro. Entonces el otro se descarta cuando asoma algo que no gusta, algo que refiera a que ese otro no es completo ni lo que uno esperaba. La palabra “tóxico” para referirse a las relaciones es vox populi, muchas personas dicen “es re tóxico” cuando aparecen ciertas inseguridades en el otro, o cuando hay ciertos planteos en las parejas. ¿Qué es lo tóxico? Parecería que lo tóxico se desdibuja en acciones del otro que no hacen bien, que traen malestar a la pareja, los celos, las inseguridades, el control. ¿Acaso no es tóxico estar expuestos a tanta pantalla y descarte? ¿Cómo es posible que no haya inseguridades cuando podes ser tan fácilmente descartado? No hay margen para el error, para equivocarse. Todo, pero absolutamente todo, tiene que ser perfecto. Esas exigencias del todo y lo perfecto, en contraste con el perder si no cumplis con esas expectativas, hacen que el sujeto quede atrapado en un consumo, dejando de ser sujeto para convertirse en objeto de mercado. En el discurso del amo capitalista, el sujeto se vuelve residuo de la propia maquinaria de goce que lo produce.

El sujeto contemporáneo, desanclado de los referentes simbólicos tradicionales, busca en el consumo un modo de suturar la falta estructural. Pero el imperativo del goce —ese ‘¡Goza!’ del discurso del Amo— sólo reproduce el vacío que intenta colmar.

Plataformas de citas, Only Fans, Instagram, Tik Tok, YouTube, son ejemplo de este mundo imaginario que se consume y nos consume, produciendo más restos simbólicos y vacío. Cuerpos marcados por el consumo, por la perfección inexistente, cuerpos que buscan ser lo que un otro imaginario espera. Los restos: bulimia, anorexia, trastornos alimentarios, cirugías, cortes, depresión, etc.  

La clínica de la angustia refleja al sujeto interpelado en extremo por ese sentirse resto, basura, insignificante para el Otro. Los pasajes al acto, los acting out, dan cuenta de esa pregunta que no encuentra respuesta ¿qué soy para el deseo del Otro? Si bien esta pregunta no es actual, considero que frente al incremento del consumo y su contracara lo descartable, han intensificado el vacío subjetivo de no saber sobre qué se es para el deseo del Otro. 

Lo desechado vuelve, como todo resto, bajo la forma de exceso: contaminación, acumulación, angustia.

Lo desechado vuelve, como todo resto, bajo la forma de exceso: contaminación, acumulación, angustia. En psicoanálisis, el resto no es simplemente aquello que sobra, sino lo que no logra ser absorbido por el sentido. Freud ya señalaba que todo proceso psíquico deja un residuo imposible de simbolizar, y Lacan lo nombra como objeto a: ese fragmento que escapa al orden del lenguaje, pero que al mismo tiempo sostiene el deseo. El resto marca un límite, recuerda que no todo puede ser dicho, comprendido o consumido. En una época que tiende a eliminar lo que incomoda, el resto se vuelve insoportable; sin embargo, aquello que se intenta descartar retorna, muchas veces, bajo la forma de angustia o de síntoma, recordando que siempre hay algo del sujeto que no puede volverse mercancía.En una cultura que busca eliminar los restos, el psicoanálisis se vuelve un acto de resistencia: alojar aquello que no encaja, dar palabra a lo que no puede ser consumido. El psicoanálisis va a contra pelo del discurso Amo y posibilita un espacio donde lo que se desecha pueda tener palabra. Porque allí donde el mercado promete plenitud, el psicoanálisis recuerda que lo que falta no se compra, se escucha. Alojar el resto, escuchar lo que no encaja, es hoy un gesto subversivo. Allí donde el mercado exige rendimiento, el psicoanálisis permite detenerse: escuchar el desecho para que vuelva el sujeto.

Allí donde el mercado exige rendimiento, el psicoanálisis permite detenerse: escuchar el desecho para que vuelva el sujeto.

El dedo como juez

Ya no gritamos.
Ya no rompemos cartas ni fotos.
Ahora, con un dedo, dictamos sentencia.

Subo algo.
Una imagen, una frase, una herida embellecida.
Y espero.
Como quien lanza una botella al mar,
pero con la ansiedad del náufrago en tierra firme.
Un like.
Un mísero like que me diga: “Te vi. Existís.”

Mientras elijo la canción del reel,
pienso en vos.
No porque importe tu opinión, claro.
Sino porque, de alguna forma,
quiero que tropieces con lo que soy cuando no te pienso.

Hashtags, filtros, palabras calculadas.
Todo en nombre de la espontaneidad.
Y te etiqueto.
Como quien no quiere la cosa,
pero secretamente suplica:
“Volvé a verme con los ojos con los que me inventaste.”

Porque si me das like, quizás me reconozcas.
Y si no…
bueno, el dedo baja.
Y dicta: “No existís.”

No hay duelo. No hay carta de despedida.
Solo ese clic quirúrgico,
frío como una cama vacía después del deseo.

Y me digo que no importa.
Que ya está.
Que la vida es mucho más que esto.
Pero igual abro la app,
reviso si me miraste la historia,
cuento los corazones,
me convenzo de que no me importan.
Y sigo contando.

Después, cierro el teléfono como quien cierra un libro que no entiende,
pero que igual no puede dejar de leer.

Y mientras tanto, me invito a gustarme.
O al menos a actuar como si lo hiciera.
Me esfuerzo por parecer feliz.
Publico una selfie con mis compañeros de trabajo.
No sé sus segundos nombres,
a veces ni siquiera uso el primero,
los llamo por el apellido.
Pero el posteo dice:
“Con ellos, hoy y siempre.”

Y si no llegan los likes, si nadie comenta,
si el dedo del otro no aprueba lo que soy,
entonces me asomo al borde:
¿qué me pasa si no gusto?

Me pasa que pierdo.
Pierdo forma.
Pierdo eje.
Mutar se vuelve urgente.
Cambio el perfil, la frase, el tono.
Sonrío más.
Escribo menos.
Subo otra historia, otro yo.
Y otro más.

Porque lo que se pierde, cuando el dedo juzga,
es la identidad propia.
Y lo que se teje es una apariencia,
una versión endulzada de lo que creo que el otro espera.

Y ahí está el truco.
El otro.

Porque no todos los “otros” son iguales.
Está el otro, minúsculo,
el espectador veloz que likea y olvida.
El que consume versiones editadas y se alimenta de apariencias.

Y está el Otro, con mayúscula,
el que alguna vez me vio sin filtros,
el que supo pronunciar mi nombre cuando yo ya lo había olvidado,
el que no necesita scroll ni stories para saberme vivo.
Y es esa ausencia, la del Otro,
la que no se calma con corazones.

Tal vez el dedo no juzgue.
Tal vez solo mida.
Pero mide tanto, tan seguido, tan rápido,
que terminamos creyendo que vivir es ser medido.

Y nos volvemos cifras.
Y likes.
Y distancia comprimida.
Porque ahora, con un solo scroll,
puedo atravesar 15.000 kilómetros.
Pero no puedo atravesar dos centímetros de piel verdadera.

Por. L.Vik

Escrito por:

AYELEN PUPPO RAJNERI

Colaboradora Revista CUAD

> OTRAS MIRADAS

Verónica Bonacchi

Basura: esperanza en medio del descarte

Rocco Avena

Distopías en tiempo real

Leandro A. Lopez

La del 713

Pablo Ramos

La puerta de la esperanza