Apenas terminó la pandemia, esa que ocurrió en 2020, hubo una suerte arrebato por pasar de página, como si fuera posible echar un manto de olvido a un tiempo que dejó huellas indelebles, que aún muestra cicatrices. Desde el año pasado, sin embargo, varios libros vuelven sobre un tema que marcó la psiquis, la salud, las relaciones, la política, la vida y también la muerte. Vivir la pandemia fue horrible. Leer, reflexionar, volver sobre algunos puntos, parece necesario.
La escritora colombiana Margarita García Robayo -que vive en Buenos Aires- publicó el año pasado El afuera, en la cuidada colección Nuevos cuadernos de Anagrama, un libro que puede leerse como un ensayo autobiográfico con el foco puesto en la maternidad y en lo que significaron la crianza y las dudas durante la pandemia, pero también sobre el adentro construído como una fortaleza contra un afuera que se vuelve “amenazante”, sobre la clase media argentina y sus maneras de explicarse a sí misma algunas mezquindades, y también sobre el urbanismo, la arquitectura, el modo en que elegimos vivir o evitar los espacios. Margarita García Robayo se mira y se escribe a sí misma pero nos cuenta a muchos. “El afuera” -el libro, no el lugar- puede resultar incómodo. Es un espejo que no siempre favorece.

La de la escritora no es una mirada ajena al tema del que habla. Es una mirada desde el centro mismo del huracán. Cuando habla de la clase media y de su “tendencia a encerrarse en su mundo privado, en sus metros cuadrados, en construirse un mundo de espaldas al afuera”, lo hace desde allí adentro. “La pandemia fue una caricatura de ese síntoma. No gratuitamente, porque antes hubo un abandono del Estado del afuera, del espacio público, de ese espacio común que es el de todos, ese que nadie supuestamente puede poseer”, dijo en una entrevista. Y agregó: “El afuera” trata, más que de una geografía física, de una geografía humana, de gente situada en un determinado estrato social”.
En el libro, esa reflexión es punzante. Escribe: “Las casas más emblemáticas de Le Corbusier son pequeñas y esbeltas (crecen para arriba), tienen lo mínimo indispensable para ser habitadas, porque no pretenden suplir la función social que tiene una plaza o un cine o un parque público. Durante años he visto casas de amigos llenarse de areneros, toboganes, columpios, piletas, quinchos, playrooms, home theaters. Y rejas. He visto casas, familias y barrios engordar sus sectores internos después de comerse pedazos de un afuera cada vez más raquítico. Conozco familias que dicen haber sido expulsadas por la “inseguridad” de la ciudad y que optaron por mudarse a barrios cerrados para vivir más tranquilos. (Esto es un paréntesis explicativo: inseguridad es el término que usan en Argentina para referirse a lo que en otros países se llama delincuencia común: robos, asaltos y sus muchas trágicas consecuencias. A mi me resulta perturbador que el término traiga consigo la presunción de que su antónimo es también su antídoto: seguridad es una palabra con demasiada munición en países donde, hace nada, hubo una dictadura militar).”
“Hay épocas en las que todas las partes de la vida se convierten en una amenaza sin escapatoria. Transitábamos esa época. La fantasía clasemediera de procurarse un buen adentro se había cristalizado. El afuera = el enemigo”
García Robayo tiene ojo y oído para lo que ocurre alrededor y en su núcleo. Empezó a escribir el libro a partir de notas que ella toma de modo “serial”. “Descubrí este texto escondido entre mis notas, como una garrapata entre los pelos de un animal. Fue en diciembre de 2019, cuando ya llevaba varios años entregada a la crianza de mis hijos, con gran convicción y con gran agonía, según la época. Ese diciembre, mientras embalaba cajas para una mudanza que estaba por emprender, descubrí en mi casa vieja una libreta de apuntes cuyas fechas coincidían con el lapso en el que habían nacido mis dos hijos”, escribe al principio de un libro que la sigue durante la pandemia, en el encierro, en las reflexiones de las reuniones escolares, en los chats de mamis sobre los muchos temas que emergieron en aquel período, en las decisiones al construir una casa.
Hay escenas memorables de los encuentros y desencuentros entre madres (que suelen ser las que participan de los chats). Una de las discusiones vino a cuento de las vacunas por el Covid-19. En el grupo había una madre que era manifiestamente antivacuna. Otra madre, médica ella, contestó: “La mayoría de nosotros no necesita ser vacunado contra enfermedades con las que ni siquiera estamos en contacto, es verdad, pero la inmunidad es un espacio compartido, nuestros cuerpos no son fronteras y la salud de un pueblo funciona cuando la mayoría se moviliza para proteger a la minoría”.
Cuando la salud se ve amenazada, los prejuicios brotan con más fuerza. El estilo de vida está determinado, de muchas maneras, en función de la propensión o no a las enfermedades. Está implícito que la salud es una recompensa por vivir como vivimos: ¿somos limpios o sucios, comemos orgánico o industrial, hacemos ejercicio o somos sedentarios? Nadie quiere pensar en la salud como la describió Susan Sontag: un resort, un escenario paradisíaco (pero provisional) del que puedes ser exiliado sin aviso”
De momentos (que son reflexiones) como estos, está compuesto este libro fascinante.
“Pensé y escribí este ensayo durante la pandemia, que puso en escena la mezquindad y el individualismo que ya venía cocinándose silenciosamente, y sin que se nos moviera un pelo, desde mucho antes. Esta tendencia de cierta clase media formada a encerrarse, a lidiar poco y nada con el afuera, a considerarlo una amenaza, etcétera. Por otro lado, retomo lo de los chats de madres que, por supuesto, se pueden caricaturizar, pero para alguien como yo que no tiene familia acá, esos grupos son un sostén. Ahí busco información y saberes que no tengo y a los que, de otra forma, no podría acceder. Y eso me resulta útil en la crianza de mis hijos. Recuerdo a esta madre médica que explicó lo de la inmunidad social en un chat, está relatado en el libro, y en ese momento me pareció haber dado con una metáfora perfecta de cómo debía funcionar una sociedad equitativa y solidaria. Ese tipo de ideologías, dentro de un colectivo, representan un privilegio para uno mismo pero un perjuicio para el resto. Me parece una buena síntesis de la idea de vivir en comunidad: cuando una mayoría se moviliza en favor de una minoría”, le dijo a Inés Hayes en Página/12.
El libro es también una mirada aguda sobre la maternidad y la crianza. Ni edulcorada ni desencantada; es lúcida y feroz, con un humor a veces oscuro. Una mirada que aplica a todo -la pandemia, las casas, la maternidad, el trabajo, la manera en que construimos o consideramos el entorno-, todo ese afuera, que siempre termina colándose en el adentro.

Margarita García Robayo nació en Cartagena de Indias, Colombia, en 1980. Es autora de las novelas breves Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí, Educación sexual, compiladas las tres en El sonido de las olas, y también de Tiempo muerto y La encomienda. Escribió también los libros de cuentos Cosas peores y Alegría, con ilustraciones de Powerpaola en Páginas de Espuma. Margarita es también autora del libro de crónicas Primera persona. En 2018 se publicó en inglés una compilación de sus cuentos y novelas bajo el título Fish Soup, que formó parte del prestigioso listado libros del año del diario The Times. Sus libros fueron traducidos a diversas lenguas.
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD