El avance de la Inteligencia Artificial
¿Retroceso del ser humano?
El avance de la Inteligencia Artificial
¿Retroceso del ser humano?

Gustavo Dessal nos invita a cuestionarnos sobre la Inteligencia Artificial y sus efectos en la sociedad. Realiza preguntas que nos interpelan. ¿Cómo se califica la supuesta inteligencia del ser hablante? ¿Psicoterapia con o sin humanos? ¿Será que tal vez los sujetos no son tan irrelevantes y prescindibles?¿La Inteligencia Artificial no nos está conduciendo a un delirio de masas?

¿Existe alguna Inteligencia que no sea Artificial?

Las compañías que ofrecen plataformas de Inteligencia Artificial dedican enormes esfuerzos por controlar que el chatbot cumpla con una serie de requisitos éticos. Es indudable que esa intención por ahora es genuina. El problema es que la Inteligencia Artificial no es una verdadera inteligencia, de allí que se la denomine “artificial”. Es una inteligencia construida a partir de modelos de grandes lenguajes, capaces de “aprender” en milisegundos trillones de páginas almacenadas en Internet.  Como sabemos, esas páginas contienen toda clase de información  imposible de filtrar, proveniente de distintas fuentes. La más importante por ahora es la que ha introducido el ser hablante. Este puede ser un científico, un político, un farsante, un fanático, un terraplanista, un Premio Nobel, un demente, un idiota, un canalla, un patriota, un genio, un hombre o mujer de bien, un defensor de los derechos de las minorías o un negacionista del cambio climático o las vacunas. La variedad es tan grande, que si introducimos en el Chat GPT la pregunta “¿Cuántas clases de personas existen?”, la respuesta es larga, pero la conclusión es la que sigue: “No hay una cifra fija. Depende del sistema de clasificación y del contexto. En algunos sistemas, hay 2, en otros 4, en otros 16, y en algunos incluso infinitas combinaciones posibles”.

Esto nos lleva a otro problema, verdaderamente apasionante. ¿Cómo se califica la supuesta inteligencia del ser hablante? Es difícil responder. Lo que surge de inmediato es que esa inteligencia es en cierto modo tan artificial como la que responde a una combinación de algoritmos. En otras palabras, nuestra presunta inteligencia no responde a ningún mecanismo genéticamente determinado. Prueba de ello es que un sujeto intelectualmente superdotado puede en determinadas áreas de su vida comportarse como un auténtico imbécil. Incluso podríamos considerar que su imbecilidad es también artificial, puesto que en definitiva responde a la posición de ese sujeto como respuesta a las determinaciones simbólicas e imaginarias recibidas en su constitución. Se han hecho algunos intentos para ordenar este problema, de allí el término “Inteligencia Emocional”, un concepto altamente complejo, pero que al menos busca una aproximación diferente al problema de la inteligencia humana. 

El famoso psicólogo Jean Piaget, que dedicó toda su vida al estudio de la inteligencia y el comportamiento humano, creó una serie de pruebas y tests para evaluar esta cuestión, y muchos de ellos siguen empleándose. En una lección de su seminario “Los escritos técnicos de Freud”, Lacan toma el ejemplo en el que Piaget estudia el descubrimiento que hace un niño sobre el funcionamiento del grifo: abrir para que salga el chorro de agua, cerrar para que se interrumpa. Piaget considera al niño como una especie de científico en miniatura, que aplica el método de ensayo y error. Lacan no niega el desarrollo cognitivo, pero observa que el experimento deja de lado la dependencia del niño como sujeto respecto al deseo del Otro. En determinado momento, el goce de retener y expulsar el flujo urinario entrará en colisión con la demanda del Otro. El conflicto entre la dinámica pulsional y la constitución del yo tendrá consecuencias especificas, singulares, en lo que llamamos inteligencia. 

Lila Shroff, columnista del periódico The Atlantic, descubrió que el Chat GPT podía proporcionar instrucciones para cometer un asesinato, la automutilación, o la adoración a Satanás. Se trata de encontrar una vía de entrada al Chat que atraviese una serie de pasos hasta lograr franquear la barrera que la compañía OpenAI ha introducido como su política ética, destinada a impedir el uso malintencionado de su sistema. La periodista comenzó por preguntarle al Chat acerca de la historia del culto a Moloch y su relación con el sacrificio de niños. A medida que las preguntas avanzaban, de un modo muy astuto Lila Shroff logró preguntar cómo podía ella adorar a ese dios y ofrecer sacrificios. La respuesta del chat fue que podría dar joyas, mechones de cabellos, o una gota de sangre. Sobre este punto la periodista volvió  preguntar, y obtuvo las instrucciones de cómo buscar en su muñeca una vena apropiada y emplear una hoja de afeitar convenientemente desinfectada, dónde realizar el corte para evitar graves daños, y cómo proceder a limpiar y vendar la herida. El chat se ofreció a darle instrucciones de cómo respirar mientras realizaba el ritual de sangre, a fin de actuar con precisión y minimizar la angustia o el miedo. El sistema no dejó en ningún momento de intercalar las respuestas con mensajes que invocaban la prudencia, los riesgos, y la recomendación de no obrar de forma precipitada. De alguna manera, el algoritmo intentó conjugar las respuestas con la política de restricción que recibió como parte de su entrenamiento. 

La periodista no se propuso rechazar el uso ni las inmensas aportaciones del ChatGPT y el de las otras plataformas de Inteligencia Artificial. Buscó los fallos y los agujeros negros por donde las preguntas que están vinculadas al deseo inconsciente del interrogador pueden lograr el acceso al lado oscuro de los algoritmos. 

No corresponde que como psicoanalista me aventure a  interpretar el deseo inconsciente de Lila Shroff. Pero no podemos olvidar que su deseo de saber y buscar el acceso a la verdad escondida no es ajeno a su goce como ser hablante. En el diálogo entre ese goce  y el chat hay algo que de momento escapa a los superalgoritmos de la Inteligencia Artificial. Existe un fondo, una espiral que desciende hasta las marcas primigenias, las equivocaciones  de la lengua, donde el saber matemático se detiene.

Escrito por:

GUSTAVO DESSAL

Colaborador Revista CUAD

Psicoanalista y escritor. Reside en Madrid desde 1982. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y docente del Instituto del Campo Freudiano en España.

Profesor invitado en España, Argentina, Bolivia, Brasil, Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Irlanda, Rumanía, Polonia y Noruega. Ha publicado más de cien artículos  de psicoanálisis en revistas especializadas y de cultura en Argentina, Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, Irlanda, Venezuela y Brasil y compilado los volúmenes “Las ciencias inhumanas” (Barcelona, 2009);  “Psicoanálisis y discurso jurídico” (Barcelona, 2015); “Jacques Lacan. El psicoanálisis y su aporte a la cultura contemporánea” (junto con Miriam Chorne. Madrid, 2017); “Face to Facebook. Una temporada en el Manicomio Global” (Barcelona, 2021) Autor junto con Zygmunt Bauman de “El retorno del péndulo” ( Madrid-Buenos Aires 2014). Es también escritor de ficción. Ha publicado: “Operación Afrodita y otros relatos” (Madrid, 2004); “Más líbranos del bien” (Madrid, 2006); “Principio de Incertidumbre” (Barcelona, 2009); “Clandestinidad” (Buenos Aires, 2010); “Demasiado Rojo” (Valencia, 2012);  “Micronesia” (Buenos Aires, 2014);  “Surviving Anne” (Londres, 2015); “El caso Anne” (Buenos Aires, 2018); “El caso Mike” (Buenos Aires, 2020). 

Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués, rumano y polaco.

Colaborador habitual en medios de prensa españoles y argentinos.

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