“La carretera”, el libro más leído de Cormac McCarthy (fallecido en 2023, fue uno de los mejores escritores norteamericanos de los últimos tiempos, y el que mejor describió la grandeza pero también la brutalidad de los Estados Unidos) cuenta la travesía de un padre y su hijo pequeño en medio de las ruinas de la humanidad. No se sabe qué año es ni qué ocurrió (puede haber sido una guerra, puede haber sido la naturaleza, no importa), pero la devastación es total. No hay animales, de la tierra no brota nada. Lo que hay es un paisaje esteril, humo, muertos, unos pocos seres humanos que malviven comiéndose unos a otros para alimentarse. Una de esas escenografías que podrían ser reales en un futuro cercano, un infierno. Y ahí, en una carretera, un padre y un hijo, empujan un changuito de supermercado con algunas pertenencias, mientras se dirigen al Sur. El destino no tiene un sentido especial: no hay salvación al final del camino.
La base del libro es la relación del padre con su hijo, dos seres sin nombre que hablan poco pero que se dicen cosas como estas: «Nosotros llevamos el fuego». Esa escueta línea de diálogo esconde la idea medular, la de querer ser buenas personas aún en medio de la atrocidad. Eso son, un padre y un hijo, empujando un carrito de supermercado con algunas últimas latas de comida, alguna manta para abrigarse, no mucho más, pero con la decisión, férrea, tozuda, de seguir hacia adelante, hacia el Sur, con estoicismo y esa fe en la bondad del hombre y su capacidad de perdurar con dignidad y amor por el prójimo.

Padre e hijo hablan poco pero se dicen cosas como «nosotros llevamos el fuego», una línea de diálogo que esconde la idea medular: la de querer ser buenas personas aún en medio de la atrocidad.
McCarthy escribe párrafos como este: “Y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra infestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo”.
La leyenda dice que el libro se le ocurrió a McCarthy una noche mientras miraba a su hijo de seis años dormir plácidamente. Él estaba asomado a la ventana de uno de esos clásicos moteles de ruta de los Estados Unidos, en los alrededores de El Paso, Texas. El padre miró al chico en la penumbra; vio su respiración acompasada y pensó que el niño era la imagen vívida de la ternura y la bondad. Luego, volvió a mirar por la ventana y, pesimista como era, se preguntó cómo sería esa misma tierra muchos años después. Imaginó fuegos, destrucción, oscuridad. De esos contrastes surgió “La carretera”, su novela más oscura y desoladora, la que le haría ganar el premio Pulitzer.
“Reservado, solitario, celoso de su intimidad hasta el paroxismo (…). Al igual que J. D. Salinger o Thomas Pynchon, Cormac McCarthy escribe de espaldas a los lectores, ignorando modas y exigencias comerciales, fiel exclusivamente a su vocación. Hasta poco antes de cumplir los 60 años fue pobre de solemnidad. Viajaba en una camioneta destartalada, escribía en habitaciones de motel y ninguno de sus títulos vendió mucho más de un par de miles de ejemplares, pese a haber entre ellos varias obras maestras. En Cómo leer y por qué, Harold Bloom afirma que Meridiano de sangre es la mejor novela americana de la segunda mitad del siglo XX”, escribió el diario “El País”, de España sobre él. Nada es exagerado al hablar de este autor fundamental.

La obra de McCarthy ha sido traducida al cine en muchas ocasiones. Quizás la más famosa sea “No es país para viejos”, que los hermanos Coen filmaron casi literalmente, con Javier Bardem y Tommy Lee Jones en los papeles principales, un thriller policial, perturbador e inquietante, narrado con la profunda y reflexiva voz de un sheriff que ve cómo se consumen sus días y el mundo cambia de modo violento. “La carretera” tuvo su película en 2009, dirigida por John Hillcoat, con Viggo Mortensen en el papel del padre; Kodi Smit-McPhee como el niño (es el joven que actúa en la película de Jane Campion «El poder del perro»), y Charlize Theron, como la madre.
La madre apenas aparece como un recuerdo y en forma de diálogos que dan a entender que eligió suicidarse ante el inevitable horror del mundo. Pero hay una escena que no está en el libro y que en la película es esencial. La imagen es así: el niño logra conciliar el sueño después de hablar de su madre, de decir que querría estar con ella, aún cuando eso signifique morir. El hombre sale del camión en el que se esconden, arriba de un altísimo puente, y junto a la baranda, saca una billetera en la que guarda una foto de ella, la besa y la arroja desde lo alto. Después se quita el anillo, la única pertenencia física que lo une a su mujer. La cámara no lo enfoca a él, ni al paisaje arrasado; solo al anillo, una cosa circular, sin brillo. El hombre se demora, lo empuja lentamente hasta el borde de la baranda y piensa en la última vez que la vio, junto antes de que ella se fuera al bosque, con una pistola en la mano. El anillo cae al vacío, o queda ahí.
Eso no se ve, y no importa: del pasado, ya no hay nada para recordar, y hacia adelante, sólo queda la decisión, tan esperanzada como inútil, de llevar el fuego aunque no haya nada que alumbrar.

DATOS DEL AUTOR
Cormac McCarthy, considerado uno de los “genios” de la literatura norteamericana, candidato al Nobel que nunca obtuvo, murió en 2023. Sus libros -doce novelas, dos obras de teatro, cinco guiones y tres historias cortas- son sublimes, a veces perturbadores y violentos, a veces amargos, nunca intrascendentes. Un clásico
Escrito por:

VERONICA BONACCHI
Jefa de Redacción Revista CUAD